30.3.17

Agua que no has de beber...


La nueva película de Gore Verbinski, La Cura del Bienestar, es un cóctel de títulos clásicos del fantástico, metidos sin ton ni son en la trama, aunque a través de una imaginería visual ciertamente encomiable. La lástima es que sólo se queda en eso: en su apartado visual y poco más.

La cinta arranca de forma interesante, magnética. Su primera hora es casi modélica y transporta al espectador al universo enfermizo que creó Martin Scorsese para su Shutter Island. En ella, un ejecutivo de una empresa norteamericana viaja hasta un viejo balneario situado en los Alpes suizos para reclamar la vuelta de un alto empleado de su compañía que se encuentra, desde hace tiempo, en el misterioso lugar para realizar una cura de reposo. Una vez en el centro, lo que tendría que haber sido una visita rauda, se convertirá en una larga e inacabable estancia, llena de intrigas y fenómenos extraños en los que el agua de la zona adquiere un protagonismo ciertamente especial.


Hasta aquí todo bien. Es más, promete un producto trabajado, tenso y estéticamente incuestionable. El problema es que, una vez superada su primera hora, al amigo Verbinski le entra la pájara y, como el que no quiere la cosa, cae en un delirio argumental y escénico que no hay por donde pillarlo. La lógica pierde terreno a cada segundo que pasa y lo que en un principio parecía bien encaminado, deriva hacia una locura sin parangón entrando, de lleno, en una hora y media de lo más insoportable que uno pueda imaginarse.


De hecho, lo único que ha intentado el realizador de la saga de Piratas del Caribe es orquestar un sinfín de homenajes al género, sin sentido alguno y consiguiendo, tan sólo, que su endeble guión pierda agua por todas partes y de forma constante. Incluso, en uno de sus numerosos desvaríos, hace un grotesco guiño a Humanoides del Abismo, esa cinta de serie B de los 80 en la que Doug McClure se enfrentaba a unos peces con un mucho de forma humana. Es más, son tantas sus ganas de epatar que se atreve a ir mucho más allá de las muelas del mismísimo Marathon Man, mientras que la banda sonora de Benjamin Wallfisch huele a la que compuso Krzysztof Komeda para la magistral La Semilla del Diablo.


Y aquí no se acaba todo, pues la sosería interpretativa de Dane DeHann (una especie de Leonardo DiCaprio en sus años mozos) en muy poco ayuda a centrar la chifladura absoluta que se esconde tras La Cura del Bienestar; una paranoia sin interés alguno que logra alcanzar el abultado metraje de 146 minutos. Una locura increíble.

No pierdan el tiempo. Como mucho, tráguense su envolvente y misteriosa primera hora y luego, cuando empiece el desvarío, móntense su propia película. Seguro que saldrán ganando. Ya saben: agua que no has de beber, déjala correr.

4.3.17

Madurar para seguir en el mismo punto

En 1996, Danny Boyle estrenaba su segundo título tras su debut con Tumba Abierta. Se trataba de Trainspotting, un film en su época rompedor que trataba el tema de la drogadicción de manera abierta y sin moralizar en absoluto centrándose, ante todo, en un peculiar grupo de amigos que, entre pinchazo y pinchazo, deambulaban por la ciudad de Edimburgo. Delirante, ácida, trepidante y repleta de escenas difíciles de olvidar (la muerte de un bebé o la búsqueda de un supositorio de opio en el wáter más sucio de Inglaterra), la cinta marcó la filmografía del realizador; un realizador que en el 2008 conseguía el Oscar a mejor film por Slumdog Millionaire.

Ahora, 20 años después, recupera a esos mismos protagonistas en la actualidad a través de T2 Trainspotting, una película más madura y mucho más reposada que la anterior, tanto por su puesta en escena como en la manera de acercarse a sus personajes. El delirio general que exhibía en la primera está mucho más calmado (excepto en su desenfrenada recta final), controlando en todo momento las escenas más pasadas de rosca y dando un toque mucho más moderado a las excentricidades de los cuatro amigos protagonistas.

T2 Trainspotting (un título que ironiza claramente sobre la saga de Terminator) arranca 20 años después del final de su primera entrega. Dibuja a la perfección el estado actual de cada uno de los cuatro personajes principales, a los cuales va preparando indistintamente para el reencuentro; un reencuentro que, en parte, hace imprescindible recuperar el Trainspotting original para no pillar fuera de juego al espectador ya que, a lo largo de su metraje, hace un sinfín de referencias a ésta especialmente necesarias para captar, al cien por cien, la esencia de la película.


En la nueva propuesta hay un poco de todo, desde un cantado ajuste de cuentas hasta los habituales devaneos con todo tipo de estupefacientes. Y, al igual que en la primera, al personaje que trata con una delicadeza especial es al más indefenso de todos ellos, ese desvalido Spud al que interpreta de forma genial Ewen Bremner, un actor que en ningún momento se deja hacer sombra ni por un deslumbrante Ewan McGregor ni por un Robert Carlyle que, en esta ocasión, aparte de haberse engordado en demasía, se me antoja en exceso sobreactuado dando vida a su violentísimo Begbie. En este aspecto, también cabe destacar la sobriedad y efectividad con la que Steven Robertson afronta su papel y la presencia de Anjela Nedyalkova (Veronika en el film), la chica cuyas acciones influirán en su apartado final.


Hace dos décadas, cuatro amigos habían quedado abocados al vacío. Dany Boyle los rescata y los vuelve a situar en la palestra, demostrándonos, de manera sobria e inteligente, que a pesar de haber crecido, ese vacío aún les sigue rondando. Si disfrutaron con Trainspotting, no dejen escapar este T2. No deja de ser un poco más de lo mismo, pero con el “mínimo” equilibrio que otorga el paso de los años.