27.5.15

Tiempo de silencio

Hace ya la friolera de casi treinta años y durante una noche de luna caliente, tuve la oportunidad de entrevistarle en directo en el programa Travelling de la desaparecida Radio Clot de Barcelona, con motivo del estreno de su película Tiempo de Silencio. Esa noche, con su presencia y su sempiterno puro humeante (pues en esos tiempos aún se podía fumar en espacios cerrados), descubrí la mirada del otro en ese intruso que atendía por Vicente Aranda; una mirada que dejaba adivinar la pasión turca que sentía por cierta mujeres, a poder ser libertarias, desde la mítica Fata Morgana, pasando por la Carmen de Mérimée y terminando con la mismísima Juana la Loca, sin olvidarse, por supuesto, de su estimada Fanny Pelopaja, esa dama que estuvo involucrada en un asesinato en el Comité Central.


Ayer, a los 88 años de edad, en compañía de los jinetes del alba y de la muchacha de las bragas de oro, nos abandonaba para siempre. Ahora nos queda su denso legado cinematográfico, lleno de amantes de todo tipo (incluido un amante bilingüe), mucho morbo y una buena dosis de celos.

Hoy, escuchando canciones de amor en Lolita’s Club, el Lute, una novia ensangrentada, un grupo de mujeres crueles y un travesti que sueña con un cambio de sexo, llorarán su ausencia. Ha llegado el tiempo de silencio.

Descanse en paz.

11.5.15

¡Basta de recortes en Sanidad!


Hipócrates no es una película más sobre hospitales. Nada que ver con House o con esa sarta interminable de series televisivas nacidas al amparo de Urgencias o, alejándonos en un tanto el tiempo, con Centro Médico. Hipócrates emparenta más, por ejemplo, con esa contundente y setentera Anatomía de un Hospital de Arthur Hiller que con cualquiera de los títulos antes citados, tanto por el dibujo de la precariedad laboral que sufren los trabajadores de la Sanidad pública hoy en día como por ese espíritu crítico con el que su director, el francés Thomas Lilti, afronta su segunda trabajo tras la cámara.

Los recortes presupuestarios en el sector, los absurdos protocolos médicos a seguir que se muestran incapaces de respetar la voluntad de los pacientes en cuanto a últimas voluntades se refiere o los errores médicos derivados de una mala gestión hospitalaria, son sólo algunos de los temas que trata, con contundencia, el film de Lilti, un hombre conocedor de la materia, pues había trabajado como galeno en un centro público.


La película sigue los pasos de Benjamin (espléndido Vincent Lacoste), un joven residente que inicia sus prácticas en el hospital dirigido por su propio padre y que, a pasos agigantados y en compañía de otro interno procedente de Argelia, empezará a descubrir la desidia que provoca, entre sus compañeros, la falta de recursos económicos y sanitarios para paliar el dolor de sus pacientes. El silencio como norma por parte de la Dirección y de la Administración ante ciertos problemas de envergadura, agravarán los problemas de un centro sanitario totalmente inestable y en decadencia.


Una cinta inteligente y tan honesta consigo misma que, aparte de loanza implícita al esfuerzo del colectivo de trabajadores de la Sanidad por realizar sus tareas bajo mínimos, no esconde, por ejemplo, que, en ocasiones, el cuerpo médico, excepto honradísimas excepciones, se deja llevar más por los intereses propios y de la Administración (tapando incluso sus oscuros trapicheos) que por el bienestar de los enfermos ingresados.


Un producto necesario, valiente y, en parte, aterrador. La Sanidad Pública, en la actualidad, está hecha una puta mierda. Y no sólo en Francia. En España, lo que están haciendo con ella, ya es de juzgado de guardia. No dejemos que nos la quiten para machacarnos con privatizaciones abusivas, pues la Sanidad no es un negocio, por mucho que cuatro gángsters impresentables se empeñen en ello. Y un buen primer paso para evitarlo, es dando soporte a este interesante trabajo de Lilti.

6.5.15

El gran histrión


Desde que dirigió la interesante y poco apreciada Liberty Heights en 1999, la carrera de Barry Levinson ha ido de capa caída, excepto honradas excepciones como ese telefilme que, bajo el título de No Conoces a Jack, narraba los pormenores de la vida del Jack Kevorkian, uno de los principales defensores de la eutanasia y al que se le conoció bajo el apodo de Doctor Muerte, personaje que, en su día, fue interpretado de forma modélica por un Al Pacino en plena forma. Ahora Levinson, para su nuevo film, La Sombra del Actor, se apunta al “cine de autor”, echa mano de nuevo de Pacino y nos castiga con un soberano y pretencioso melodrama con gotitas (contadísimas) de humor negro.

La Sombra del Actor (patética traducción española de The Humbling, o sea, La Humillación) está basada en una novela de Philip Roth en la que se narra el descenso a los infiernos de Simon Axler, un actor de fama internacional que, al ver como su don para la interpretación se le está empezando a escapar de las manos, cae en una profunda depresión y, tras un intento de suicidio durante la representación de una obra teatral, decidirá dejar la escena para siempre, no sin antes someterse a tratamiento psiquiátrico.


El realizador de Rain Man se acerca a la trama desde un punto de vista un tanto esotérico. Se aproxima a su personaje principal mezclando la realidad de su vida cotidiana con las ensoñaciones y alucinadas de un hombre que, a pasos agigantados, parece estar perdiendo la memoria. Pero ello lo hace de forma perezosa, sin ángel, aburriendo más que enganchando al espectador y contando, para ello, con un Al Pacino desmesurado que, para dar vida a ese actor desesperado, recurre a una colección de tics de lo más patético y pasado de vueltas; son tantas las ganas que el protagonista de Serpico tiene de epatar y de traspasar límites, que el personaje de Simon Axler se le desmorona en cada uno de sus incontrolados aspavientos.


En nada ayuda la elección de la sosísima Greta Gerwig (a la que hace poco pudimos verla en la también insoportable Frances Ha) para dar vida a Pegeen, una joven lesbiana que desde muy temprana edad se sintió fascinada por el actor y que ahora, durante el retiro de éste, se muestra decidida a iniciar una relación sentimental y sexual con él; una relación a la que se opone taxativamente la madre de ella, una actriz que en el pasado actuó al lado de Axler y que, de pasada, sirve para que la actriz que la encarna, Dianne Wiest, contagiada por la sobreactuación de Al Pacino, dé rienda suelta a su histrionismo.


La Sombra del Actor o, en resumidas cuentas, el día en que Barry Levinson decidió disfrazarse de autor y Al Pacino nos quiso demostrar, de la peor manera posible, que aún sigue siendo uno de los mejores actores vivos de la historia del cine. A la vejez, viruelas.