30.9.11

La habitación del pánico

La Cara Oculta significa el segundo largometraje del colombiano Andrés Baiz tras Satanás, su contundente y sombría ópera prima. Mucho más abierta y menos vitriólica que ésta, hace gala del suspense del cine de Alfred Hitchcock como gran referente.

Filmada en su mayor parte en Colombia y contando con una localización casi única -una inmensa y solitaria mansión en medio de la nada-, la película mezcla en su tensa historia una serie de elementos a cuál más inquietante. Como escenario principal, una especie de habitación del pánico construida por un nazi que vivía refugiado en el país. Como excusa argumental, los movimientos de un director de orquesta español que, tras ser abandonado por su compañera habitual, inicia una nueva relación con una bella camarera.


Nada es lo que en un principio da a entender. Ni su antigua compañera está tan desaparecida como todo parece indicar, ni su nuevo amor resulta tan angelical como lo pintan. Las apariencias engañan. Y para sacar a flote todo ello y la maldad de ciertos personajes, allí está la maquinaria perfectamente engrasada por el ingenio (un tanto perversillo) de Baiz.

Narrada en tres claras partes, plantea su segundo acto como un flash-back que revisita todo cuanto ha visto el espectador hasta el momento, aunque desde un punto de vista distinto en el que la claustrofobia cobra una importante relevancia como ingrediente distorsionador. Una importancia que sigue manteniendo en la tercera pieza, momento en el que la historia sube de nivel unos cuantos peldaños, entrelaza sin estridencias ambos puntos de vista y plantea una nueva y aún más turbadora situación.

Un admirable título que conjuga varios aciertos en su haber, desde el excelente trabajo de sus dos actrices principales (Martina García y Rosa Lago), pasando por la vibrante música del argentino Federico Jusid disfrazado de Bernard Herrmann, hasta el agobiante y malsano clima que se desprende de la trama propuesta; una trama mínima, de tono intimista, en la que casi no chirría ni un engranaje, a excepción de la excesivamente hermética interpretación de Quim Gutiérrez.

Es una lástima que su trailer promocional sea tan explícito.

Sospecha + Rebeca + La Habitación del Pánico + Buried = La Cara Oculta.

28.9.11

La caja de Pandora

Enrique Urbizu, tras el paréntesis que supuso la interesante La Vida Mancha, con No Habrá Paz Para los Malvados regresa al género que más domina: el cine negro. Y lo hace a través de un personaje único, Santos Trinidad, un policía cincuentón, quemado en su profesión y en su vida privada, que durante una noche de borrachera acaba con la vida de tres personas en un puticlub.

Al igual que en La Caja 507, de un hecho aislado se pasa a un entramado mucho más oscuro y peligroso. Sólo es cuestión de abrir la caja de Pandora y dejar que salgan los truenos. Si en La Caja 507, el atraco a un banco de la Costa del Sol ponía de manifiesto una trama de corrupción urbanística a altos niveles, en No Habrá Paz, la búsqueda por parte de Santos del único testigo de su matanza le conducirá hasta un asunto que podría hacer peligrar la seguridad nacional.

No Habrá Paz Para los Malvados posee un inicio magnífico y visceral, capaz de captar la atención del público en todo cuanto acontece a continuación. Es cierto que, a pesar de seguir manteniendo el interés, la fuerza de su prólogo se desvanece un tanto en la intrincada batida de Santos y en la investigación paralela que realiza una juez para descubrir al autor del triple asesinato. Una carrera a contrarreloj, la de ambos, que les conducirá hasta un mismo e impensado punto. Un camino tortuoso que el realizador vasco retrata sin prisa pero sin pausa.

Urbizu, con la ayuda de Michel Gaztambide, su guionista habitual, ha urdido un argumento preciso, sin lagunas. No muestra del todo sus cartas. Incluso oculta algunas. Sencillamente, deja que el espectador las intuya y vaya descubriendo, poco a poco y por sí mismo, lo que se esconde tras las pesquisas de un personaje al límite al que un José Coronado en estado de gracia le otorga una entidad muy especial; un actor a mi gusto de registros muy limitados que, sin embargo, siempre ha estado magnífico en el cine de Urbizu. Tanto es así que, en esta ocasión y cargando con un rol resbaladizo, logra meterse al público en el bolsillo.

Si les va el género negro, no la dejen escapar. Acérquense a ella, descubran escalofriantes similitudes con el 11-M y disfruten de esos tres planos consecutivos, cargadísimos de mala leche, con los que cierra la historia. Para poner los pelos de punta.

26.9.11

Palma de Oro en Cannes... ¡Mandan cojones!

En El Árbol de la Vida, Terrence Malick, haciendo gala de su fama de tipo extraño, ha urdido un tostón de película tras la que, aprovechando el retrato de una familia tejana de los años 50 compuesta por un matrimonio y tres hijos, se esconde un abusivo dechado de teología de mercadillo mezclado con unas gotas visuales a lo National Geographic (incursiones digitales incluidas). En primer plano, una única idea: Dios existe, es bueno y no nos saca ojo de encima. En segundo plano, como reclamo comercial a tanta colgada, Brad Pitt sobreactuando y metiendo cara de subnormal, que para eso también ejerce de productor.

Malick está empecinado en vendernos la moto, cueste lo que cueste. Mezcla los pensamientos de los integrantes de la familia con sus particulares conversaciones con ese Dios que tan obsesivamente quiere idealizar, todo ello a ritmo de machaconas y cansinas voces en off. Habla de la muerte, de la naturaleza en relación al hombre, de la Tierra (en abstracto), del amor, del odio, de los celos y, ante todo y a través de la imagen de un padre intolerante, de la eterna lucha entre el bien y el mal. En realidad, no ofrece nada nuevo. Otros cineastas, menos petulantes y de forma más abierta, nos han contado historias similares y con mejores resultados. Pero, atención, ésta lleva el sello de autor en la frente.

Sus mínimas líneas de diálogo suenan a reiterativas. Desde el primer minuto, El Árbol de la Vida entra en un ofuscado círculo vicioso del que le resulta imposible salir. Dios es amor. Y punto. No hay tu tía. La cinta queda encallada en ese concepto, no avanza más allá.

Como el hombre sabe poner muy bien la cámara, se recrea en imágenes plásticamente atractivas. El modo visual de acercarse a los años 50 y a la evolución de la familia protagonista, demuestran el buen hacer como cineasta de Malick. Pero aquí se queda. El problema estriba en su cansina narrativa, capaz incluso de insertar (por sus huevos) imágenes salidas de documentales de La 2 para crispación de buena parte del público. ¿Provocación o delirios de grandeza? De un modo u otro, ha de demostrar que lo suyo sigue cine de autor. Pese a quien pese.

Con tanta dispersión narrativa, deja incluso de culminar situaciones bien planteadas y se olvida totalmente de la presencia del hijo mediano, personaje que queda totalmente desdibujado en pos de múltiples pajas mentales. Lo suyo es irse por los cerros de Úbeda y sumergirse en la mística y en las ensoñaciones de una madre que parece escapada de una película de Bergman y en los miedos de un hijo mayor que teme convertirse en un déspota como su padre; hijo que, en su edad adulta y de forma bastante breve, está representado por un Sean Penn que no parece muy cómodo en el papel que le ha caído en desgracia.

En Cannes, seducidos por tanta pedantería, va y le enchufan la Palma de Oro. No hay como apellidarse Malick.

23.9.11

La profesional

Colombiana, la nueva película de Olivier Megaton, bien podría tratarse de un cruce entre una secuela de El Profesional (León) y una extensión de Nikita. De hecho, uno de sus guionistas y productor es Luc Besson, el artífice de los dos títulos citados y que, en sus diferentes facetas como cineasta, siempre ha seguido acercándose al universo de ambos personajes de modo obsesivo.

La cinta arranca, como en El Profesional, con el asesinato en Colombia de los padres de la pequeña Cataleya, una niña de nueve años que, con el paso de los años y trabajando en Nueva York como sicaria al servicio de un pariente mafioso, urdirá una venganza para acabar con la vida de aquellos que segaron la de sus progenitores. Un argumento manido aunque al servicio de un producto efectivo y altamente entretenido, tras el que se esconde una posible lectura sobre el futuro de Mathilda, el personaje que en El Profesional interpretaba una incipiente Natalie Portman.

Parece increíble que un tipo que se apellide Megaton demuestre tanto oficio a la hora de ponerse a filmar escenas de acción. Y es que en este aspecto el film funciona a la perfección, mostrándose elegante en sus movimientos de cámara y en su meticuloso montaje. Atención a un par de pasajes ciertamente bien resueltos: uno en el interior de una comisaría, lugar en el que Cataleya debe realizar uno de sus mortales encargos y, el otro, durante una pelea, cuerpo a cuerpo, en el interior de un lavabo y con la presencia de un pérfido Jordi Mollà.

A falta de chicha argumental, déjense llevar por la fuerza de sus escenas y, ante todo, por la turbadora presencia de una contundente Zoe Saldana embutida en ropas ceñidas, lo mejor sin lugar a dudas de Colombiana. Un entretenimiento garantizado que, sin embargo, bebe y copia de demasiados referentes.

21.9.11

John Wayne alucinaría pepinillos

Cowboys & Aliens es el nuevo film de Jon Favreau, el mismo de los dos Iron Man, lo cual, de entrada, ya no otorga grandes perspectivas. Producido, entre otros, por Ron Howard y Steven Spielberg y basado en la novela gráfica de Fred Van Lente y Andrew Foley, acerca al espectador, tal y como su título indica, a un cruce entre el western y el cine de extraterrestres.

Lo que podría haber sido un trabajo más o menos original, se queda en una cosita mínima, olvidable. Básica, básica, basica. Cowboys & Aliens no va más allá de su propio título. Vaqueros y extraterrestres, Un amplio y a priori atractivo casting al servicio de la nada absoluta. Y es que el amigo Favreau no da para mucho.

Su inicio es el típico y tópico del western de toda la vida. Forastero, en este caso amnésico y con una extraña pulsera en su muñeca izquierda, llega a un pequeño y desolado pueblo, de nombre Absolution, en el que no se siente bien recibido. Allí, un viejo coronel yanqui reconvertido en ganadero, se ha convertido en el prepotente amo del lugar. Cuatro sorpresas (lo de "sorpresa" es un decir) en cuanto al personaje del forastero y su relación con el ganadero, intentan animar la función. De repente, cuando los guiños al cine del oeste se han agotado, la cosa da un giro y entran en escena un montón de naves extraterrestres que se dedican a secuestrar a los habitantes del lugar.

La fiebre del oro acaba de empezar. Y es que a los alienígenas les va más el oro que a un tonto un chupa-chups. Lo suyo es regresar a su planeta provistos de grandes cantidades del metal preciado, cueste lo que cueste. Pero para eso, para impedírselo, allí está el desmemoriado del Daniel Craig y el yayo del Harrison Ford, pareja a los que se une Olivia Wilde, la enfermiza 13 del doctor House, en un papel (en realidad un "papelón") de lo más estúpido. James Bond e Indiana Jones unidos gracias a los alucinados designios de Favreau, Howard y Spielberg.

Muchos efectos especiales y ninguna consistencia argumental. El guión brilla por su ausencia. Los personajes no tienen entidad alguna. Lo único que llevaba entre ceja y ceja el Favreau era aglutinar los tics de uno y otro género y agitarlos como si se tratara de un cocktail. Ahora unos indios por aquí, ahora una batería de efectos por allá. De historia nada, cero. La gran marcianada. Y digo yo: si lo que buscan es oro, ¿para que narices raptan a los habitantes de Absolution?

Una inmensa tomadura de pelo que, a buen seguro, bajo los auspicios de la serie B y con otro director más espabilado, hubiera obtenido mejores resultados.

17.9.11

El actor que surgió de la revolución

Jordi Dauder, uno de los actores catalanes más prestigiosos y populares, nos abandonó ayer a los 73 años de edad. Un hombre comprometido en temas políticos, activista de izquierdas, que antes de subirse a los escenarios en nuestro país pasó 15 años exiliado en París, lugar en el que, a través de distintos movimientos sociales, estuvo involucrado en la revuelta del mayo del 68.

Escritor, poeta, actor, doblador y director de doblaje. El cine, la televisión y el teatro siempre contaron con él. Una actividad, la de actor, que no empezó a ejercer de modo profesional hasta los años 80, época en la que regresó del exilio.

Hace un par de años, durante un homenaje a su carrera que le rindió el Fecinema (Festival de Cinema Negre de Manresa), tuve el honor de compartir mesa con él en varias ocasiones. Allí descubrí que se trataba de un hombre afable y conversador, alejado totalmente de aquellos personajes un tanto pérfidos en los que se le había encasillado. A propósito de este tema, nos contó la anécdota de una mujer que le espetó tal encasillamiento. “No, señora, no siempre” fue su respuesta, irónica y con sentido del humor, “en Camino interpreto a un sacerdote”.

Ayer su muerte me pilló desprevenido. Aún le recuerdo con cariño durante esos días por Manresa, lugar en el que, cada vez que se cruzaba conmigo, me soltaba el siguiente requerimiento: “Tu, noi, dona’m una cigarreta”. Nunca antes un gorrón me había caído tan bien. Y más si me pedía el cigarrillo con idéntica entonación a la de Nick Nolte o Gregory Peck, actores a los que puso su voz en más de una ocasión.

Jordi, descansa en pau.

14.9.11

No desearás al vecino de al lado

En 1985 debutaba tras la cámara Tom Holland con Noche de Miedo, una comedia fantástica que enfrentaba a un joven estudiante con su nuevo vecino, un vampiro que le traía por el camino de la amargura. Sus guiños a los Dráculas de la Hammer, su sentido del humor y la presencia de un divertido Roddy McDowall en el papel de un muy peculiar cazador de vampiros, hicieron de éste un film apreciado tanto por la crítica como por el público.

Revisándolo el pasado sábado descubrí que su gran problema es que, visto hoy en día, no hay por donde pillarlo, pues su guión patina por todas partes. Es uno de esos títulos que no aguantan el paso del tiempo, lo cual ha hecho mucho más factible la aparición de esta nueva versión de la que se ha encargado Craig Gillespie, el realizador de la controvertida Lars Y Una Chica de Verdad.

La Noche de Miedo del 2011 sigue, con alguna que otra variación, las pautas de la cinta original. Varía algunos conceptos, lima asperezas y, ante todo, elimina ese toque simplón (y hasta por momentos ridículos) que adornaba la mayor parte del metraje del trabajo de Holland. Introduce nuevos elementos (como una sorprendente persecución automovilística nocturna) y cambia, casi por completo, el espíritu de Peter Vincent, ese extraño cazador de vampiros al que en el film del 85 daba vida Roddy McDowall. Es quizá en este punto en donde, en comparación, más flojea el remake ya que, mientras el personaje de McDowall era posiblemente lo más atractivo y divertido de la entrega original (un actor de películas de terror de serie B venido a menos), el actual es un esperpéntico mago borrachuzo y engreído al que David Tennat le otorga muy poca entidad.

Colin Farell, en la piel del vampiro Jerry, se muestra mucho más inquietante y creíble que Chris Sarandon, su antecesor en el papel y poseedor de una breve aparición en esta versión. De él conserva algunos tics y detalles, como su pasión por las manzanas, pero al mismo tiempo se deshace de esa variante más chiripitifláutica con la que el actor afrontó su rol.

Un entretenimiento correcto que, sin embargo y como es habitual en este tipo de productos, se muestra renqueante en su exageradísima y cansina apoteosis final, en donde los efectos especiales privan más que la propia historia.

Atención a la aparición del joven Christopher Mintz-Plasse, uno de los actores fetiches de la factoría Apatow y que en esta ocasión, fiel a su estilo freaki, ejerce de obsesivo e incauto cazador de vampiros.

9.9.11

EN RESUMIDAS CUENTAS: Un güestern, una cena y una boda

Blackthorn significa el regreso tras la cámara, después de una década de inactividad, de Mateo Gil, aquel apadrinado de Amenábar que debutará en 1999 con la efectiva Nadie Conoce a Nadie. Ahora lo hace a través de un western un tanto mimético y cerrado, de aquel tipo de trabajos que encantan a la crítica e irritan a la mayoría de espectadores. En él recupera la figura del mítico Butch Cassidy emparejándola con la de un joven ingeniero español que, instalado en las Américas, acaba de robar en la mina de un reconocido empresario boliviano.

La historia no es que dé para mucho. Lo de resucitar a Butch Cassidy y negar que muriera tiroteado en Bolivia al igual que su compinche Sundance Kid, tiene su gracia. Su cuidada realización, su modélica puesta en escena y un espléndido Sam Shepard se alzan como lo mejor de un western con vocación gafapastosa. Lento, aburrido y reiterativo cuenta, además, con la irritante presencia de un edulcorado Eduardo Noriega. Imprescindible verlo en su versión original subtitulada. Supongo que doblado aún resulta más decepcionante.

Cena de Amigos es una bienintencionada película francesa, muy en la línea de Pequeñas Mentiras Sin Importancia, que retrata el encuentro de un grupo de amigos en el que ninguno de ellos está realmente en el estado moral y psíquico que aparenta antes los demás. Las falsas apariencias y la hipocresía harán mella en la que tenía que ser una agradable cena.

Dirige Danièle Thompson y cuenta con la presencia de nombres tan efectivos como los de Patrick Bruel, Emmanuelle Seigner (que mayorcilla empieza a estar la mujer) o, entre otros, un mayúsculo Dany Boon que, alejándose de los papeles astracanados a los que nos tiene acostumbrados (Bienvenidos al Norte, Micmacs), sorprende con la construcción de un personaje mucho más directo y emotivo. Una comedia satírica, muy efectiva y de marcado tono melodramático. Maneja con sabiduría el juego de las emociones y, con él, se monta su muy particular ¡Qué Ruina de Función! (Noices Off...) al mostrar al espectador las bambalinas de la vida misma.

La Boda De Mi Mejor Amiga es uno más de aquellos films que, en su título, se aloja la palabra “boda” generalmente acompañada del sustantivo "amigo", "amiga" o de derivaciones de todo tipo y que, en muy poco, se diferencia de éstos. Quizás, en esta ocasión, su primera parte se desmarca de otras cintas similares gracias al personaje al que da vida una divertida Kristen Wiig quien, con sus acciones políticamente incorrectas, logra llamar la atención de los más gamberros de la platea. Ella interpreta a Annie, una joven cuya vida está resultando un desastre a todos los niveles y que tendrá que ejercer de dama de honor en el día de la boda de su mejor amiga.

El irreverente planteamiento del film (totalmente cercano a las coordenadas del universo de Apatow, su productor, aunque en versión femenina), su perversa vena escatológica y el buen ritmo de comedia que consigue, se deshinchan en su recta final, en donde el tono hilarantemente blasfemo que destilaba se transforma en un caramelo no apto para diabéticos. Sin ese cambio tan tópico y ajustando su desorbitado metraje (125 minutos), seguramente podría haber sido una comedia mucho más aceptable... aunque sólo fuera por el buen hacer de una imparable Wiig quien, curiosamente, también ejerce de guionista al lado de Annie Mumolo.

5.9.11

The Great Mental Masturbation (Mad Doctor a la manchega)

Almodóvar sigue en sus trece. La Piel Que Habito vuelve, de nuevo, a los temas más recurrentes de su ya extensa filmografía: la identidad sexual y la ambigüedad sexual son sus principales puntos de mira. Por detrás, guiños al cine de toda una vida (incluido su propio cine) y, de forma menos velada, un (fallido) homenaje al giallo italiano. La gran paja mental ya está servida.

La Piel Que Habito, al igual que Hable Con Ella, es un film enfermizo, casi diría que de mal gusto. Un thriller que deriva hacia un melodrama rocambolesco en el que un cirujano plástico, traumatizado por la temprana muerte de su esposa y la posterior violación de su hija, urdirá una perversa venganza que, al mismo tiempo, le servirá para experimentar en el apartado de la cirugía transgenérica.

El cineasta manchego no ha sabido encontrar el tiempo adecuado para plasmar en imágenes su gótica propuesta. La película avanza poco a poco, muy lentamente. Se pierde en flash-backs y forzados monólogos (como el de Marisa Paredes) para orientar al espectador en una trama que, a pesar de contar con muy pocos personajes, resulta en exceso complicada. Busca el suspense y no logra crear ningún tipo de tensión: solo aburrimiento. Su realización, en este aspecto, se me antoja demasiado plana.

La búsqueda constante y premeditada del mal rollo en las plateas ha hecho que incluso se olvide de su peculiar (y siempre celebrado) sentido del humor. Y éste, a modo de parche sin sentido, sólo aparece en la (insostenible e innecesaria) colaboración de su hermano Agustín, protagonista de un chiste metido en calzador en medio de su oscuro argumento.

Por no funcionarle, en esta ocasión ni le funciona su tan cacareada dirección de actores. Marisa Paredes, totalmente inexpresiva, se asemeja a un monolito parlante; mientras que Blanca Suárez, en el rol de la hija del mad doctor, resulta de lo más forzada (y poco creíble) en su papel. Y todo ello corriendo un tupido velo sobre el infumable trabajo de Roberto Álamo, Zeca en el film (y Tigretón para los amigos), sobre el que recae uno de los episodios más penosos y disléxicos de la función.

Si algo bueno (y salvable) tiene La Piel Que Habito es la presencia de Antonio Banderas y de Elena Anaya. Él demuestra su profesionalidad ante la cámara y sale a flote con un papel controvertido, mientras que ella, afianzándose cada vez más en esto de la interpretación, con su impresionante trabajo hace viable a un personaje imposible.

Un film hermético, cerrado, muy propio de ese Almodóvar ansioso por ser etiquetado como director de culto, de gran autor, de ese que castiga con sus pajas mentales a su público más fiel: el mismo Almodóvar cansino y repetitivo de Hable Con Ella o La Mala Educación.