30.9.07

Miss Moneypenny: From Here To Eternity

Miss Moneypenny, la secretaria ideal de M., el máximo responsable del Servicio Secreto de su Majestad Británica; la eterna enamorada del mejor agente de la casa. A pesar de aguantarle todas sus bromas e impertinencias, nunca le llegó a confesar sus verdaderos sentimientos a 007. Sabía que sus gustos eran mucho más exóticos y que nunca se fijaría en una mujer tan sencilla como ella. Ahora ya es demasiado tarde para hacerlo, pues hoy, a los 80 años de edad, nos ha dejado. Lo suyo con Bond fue uno de los amores platónicos más duraderos de la historia del cine.

Lois Maxwell era su nombre real. Descanse en paz.

Pinochos

El otro día saltó la noticia a todos los rotativos del mundo: Tania Head, la presidenta de una de las asociaciones de víctimas del 11-S, es una impostora. En su día declaró que trabajaba en la planta 78 de la torre sur del World Trade Center, siendo la única persona de su empresa que salió con vida del atentado. También aseguró que el bombero que la salvó, murió acto seguido en la tragedia, al igual que le ocurrió a su novio, el cual estaba en la otra torre abatida.

Todo ello es fruto de una gran mentira. Una mentira orquestada con el único afán de sobresalir pues, según cuentan, no ha sacado beneficio económico alguno de sus años como presidenta de la asociación de afectados. Ni siquiera se llama Tania. Su nombre real es Alicia Esteve. Ni tampoco es neoyorquina. En realidad es hija de una acomodada familia de Barcelona que, en 1992, se vio directamente implicada en el caso Planasdemunt. Su padre y su hermano fueron acusados y encarcelados debido a un delito de falsificación de documentos públicos. Alicia Esteve vivía en Sarrià-Sant Gervasi, uno de los distritos bien de la ciudad condal y, durante una corta temporada, de 1998 al 2000 –justo un año antes del atentado neoyorquino-, estuvo prestando sus servicios como secrectaria en la empresa Hovisa, propietaria por aquel entonces del Hotel Ars.

El caso es que, de farsantes y gigantescos engaños, los ha habido y habrá, para todos los gustos y colores, a lo largo de la historia de nuestro planeta. Como bien demuestra Lasse Hallström en La Gran Estafa, su nuevo trabajo, Alicia no está sola en el universo de los embaucadores. En el film, Hallström detalla, paso a paso, los motivos que condujeron al escritor Clifford Irving a inventarse, en 1971, una larga entrevista con Howard Hugues, justo cuando el multimillonario estaba alejado de la luz pública y no recibía a nadie desde hacía mucho tiempo.

Irving era un tipo frustrado y con ganas de triunfar. Sus libros eran despreciados constantementes por las editoriales, hasta que decidió engatusar a una de las más prestigiosas de Norteamérica, al asegurar haber cerrado un trato con Hugues para ejercer de transcriptor directo de sus memorias. La verdad es que ni él ni sus dos colaboradores (su esposa Edith y el historiador Dick Suskind) tuvieron contacto alguno con el mecenas de la aviación quien, en esa época, estaba pendiente de un largo proceso judicial. Todo se trató de un somero y acelerado trabajo de investigación, en el que el propio Clifford llegó a implicarse, de tal manera, con el personaje de Hugues, que su mente le jugó una mala pasada al romper las barreras de la lógica.

El estilo narrativo de La Gran Estafa se distancia del academicismo habitual en el cine del autor. La cinta posee un ritmo endiablado. Clifford y Dick, su socio más directo, van de un lugar a otro, tanto en busca de datos como para persuadir de la veracidad de su propuesta al desconfiado editor. Su innegable tono de docudrama resulta de una mezcla entre la compacta Todos los Hombres del Presidente y la fallida El Asesinato de Richard Nixon. Los diálogos se entrecruzan y se pisan unos a otros, lo cual puede resultar un tanto molesto para el espectador. No hay respiro posible para éste si no quiere perderse el hilo de la trama, pues se trata de una especie de carrera contrarreloj que coloca a la platea al mismo paso trepidante del escritor enfebrecido y su ayudante. Todo ello, va en contra de la propia película. la cual, en ciertos momentos y con tan desmesurado apresuramiento, puede resultar incluso agobiante para buena parte del público. Igual de agobiante que, a buen seguro, lo fue para ambos protagonistas en la vida real. Y cuando Hallström ha llegado al límite de su exceso de veracidad, cambia el estilo y entra a saco en vericuetos más irreales, los cuales, a modo de pesadilla dantesca, abren la puerta de los rincones más temerosos de la mente de un literato dispuesto a comerse el mundo y que incluso, en parte, llegó a creerse su propia mentira.

La Gran Estafa es uno de esos títulos que hay que digerir bien y poco a poco; con calma. La primera impresión puede resultar negativa. Pero a medida que uno recapacita sobre las imágenes vistas, descubre la fuerza y la mala leche que envuelve a toda la historia sobre Clifford, Howard Hugues e incluso, por defecto, al mismísimo Richard Nixon quien, por esa época, estaba a punto de ver tambalear su imperio a causa del asunto Watergate. No tan sólo se trata de un retrato psicológico sobre un escritor con ganas de llegar a la cima al precio que sea. Detrás de la espléndida descripción de una paranoia obsesiva, se intuye un malestar social e individual amparado en la ejecución de la política del terror y de las conspiraciones a niveles de lo más sibilino. Una conspiranoia en toda regla.

Un producto extraño y peculiar que, por fin, demuestra la gran valía de Richard Gere como actor. Y es que, en esta ocasión, el hombre está inmenso (todo lo contrario que su partenaire, un apayasado Alfred Molina). Las dualidades de un personaje absorbido por las transferencias cedidas por el invisible (y siempre presente) Hugues -a partir de la imagen y la voz de éste-, son gestionadas a través de una interpretación inesperada (tratándose de quien se trata) y totalmente fuera de serie. Aunque sólo sea por Gere y por acercarse al tema de la paranoia de manera mucho más creíble que lo expuesto en la sobrevalorada Una Mente Maravillosa, vale la pena acercarse al cine y dejarse invadir por la historia de un claro antecesor de Alicia Esteve en lo que al arte del engaño se refiere.

Por cierto. ¿no se han fijado que el crecimiento interpretativo de Richard Gere es directamente proporcional al de su nariz y al de la paulatina desaparición de sus ojitos?

27.9.07

Papiroflexia y mudas


Justo dentro de una semana empieza la edición número 40 del Festival Internacional de Cinema de Catalunya, más conocido popularmente como el Festival de Cine Fantástico de Sitges. Y es que, en el fondo, se trata de un certamen que, pese a sus errores y a sus carencias, ha enganchado desde siempre al cinéfilo de a pié; a aquel que se patea salas y salas en busca de una joya que reivindicar.

Desde que Angel Sala tomó las riendas del festival, es indiscutible que ha mejorado en programación y, ante todo, ha recuperado ese tono fantástico que hace unos años daba la impresión de perder aceite por todos lados. Este año, a priori, la calidad y el interés que levantan buena parte de las cintas que se presentan, hacen que la escapada a Sitges sea aún más deseada que en otras ocasiones.

La esperada El Orfanato, del barcelonés Juan Antonio Bayona y producida por Guillermo del Toro, será la película encargada de dar el pistoletazo de salida el próximo jueves 4 de octubre, mientras que John Cusack y Samuel L. Jackson, desde la fantasmagórica y prometedora 1408, serán quienes, el día 14, cierren una edición que, a buen seguro, ofrecerá al espectador más de una sorpresa.

Al igual que hice en el 2004 desde esta página, intentaré narrarles el día a día de cuanto acontezca en Sitges, tanto a nivel cinematográfico como anecdótico. Allí estaré, controlando cada rincón del Melià-Sitges y alrededores, y metiendo las narices en el lugar más insospechado. Un portátil, una cámara fotográfica, un par de gafas (aunque no sean de moldura de pasta), mi medicación y unas cuantas mudas, serán las herramientas que me acompañen para ofrecerles una de las opiniones más veraces, serias y comprometidas que puedan encontrar en la red sobre tal evento. ¡Ni el gran Alfonso Sánchez, que en paz descanse, hubiera llegado tan lejos! Ello siempre confiando en que no me duerma por las mañanas pues, teniendo en cuenta que los pases de prensa se inician a las 08.00 A.M., todo puede ocurrir. Si algún día notan que el blog está completamente en blanco, será señal inequívoca de que alguien invitome a chupitos de orujo la noche anterior... También podría ocurrir que la autoridad y el tiempo no me permitan darles dicha información, pero eso ya es harina de otro costal.

Si están interesados en conocer más a fondo la programación, les recomiendo consultar la web del propio certamen. Y, para ello, nada más sencillo que pulsar aquí.

No les doy más el rollo. Voy a tomarme un orujito y mi medicación diaria, que 40 años de Festival es mucho Festival.

Por cierto (y para evitar malentendidos): las mudas a las que me refería antes, no son señoras privadas de la facultad de hablar; se trata simplemente de una cuestión de calcetines, calzoncillos y camisetas. Lo normal en estos casos, vaya.


26.9.07

Soldaditos

Tras un largo periodo, de casi quince años, realizando cuestionables encargos en Hollywood, el mejicano Luis Mandoki vuelve su mirada hacia atrás y regresa a un cine más personal y valiente. Rodado en su país natal, aunque simulando tierras salvadoreñas, Voces Inocentes supone una bienintencionada denuncia al reclutamiento de menores de edad en todas las guerras de nuestro planeta y, en particular, a la que tuvo lugar hace dos décadas en El Salvador.

Voces Inocentes repasa unos hechos, en teoría reales, acaecidos durante el transcurso de la guerra civil antes citada; una contienda que, iniciada a modo de protesta agrícola, se alargó a lo largo de una docena de años, de 1980 a 1992. Durante la misma, tanto el ejército gubernamental como las fuerzas guerrilleras del FMLN (formadas por cinco agrupaciones de izquierdas), reclutaron entre sus filas a niños de 12 años, a los que aleccionaron en el manejo de las armas. El film de Mandoki se centra en la figura del pequeño Chava, un chaval al que le falta muy poco para cumplir la edad que le convertirá en tiernecita carne de cañón. En espera de ese nefasto momento y en lo que hace referencia a sus relaciones con su madre y sus dos hermanos, adoptará un tanto la figura del hombre de la casa, pues su padre, antes del inicio de la revuelta, se pegó el piro a los EE.UU. abandonando a su mujer y a sus tres hijos.

Mandoki y su co-guionista, Oscar Orlando Torres, decantan sus simpatías por el pueblo llano; por esas indefensas mujeres que, con la carga de sus pequeños a cuestas, padecieron la guerra en solitario, alejadas de sus hombres y escondidas en sus débiles barracones fabricados de madera barata, mientras por las calles de sus poblados, ambos bandos se ensarzaban en escaramuzas nocturnas de fuego cruzado, durante las cuales, una bala perdida, podría segar la vida de cualquiera de ellas o de sus criaturas. Vaya, lo que ahora está muy de moda en catalogar como efectos colaterales.

La cinta, a la hora de inclinarse hacia alguno de los dos frentes, apuesta (lógicamente) por la guerrilla; un grupo de hombres armados que, desde el mismísimo corazón del espeso bosque, opuso resistencia a un ejército sanguinario que fue reforzado con ayuda norteamericana. En este aspecto, el pequeño Chava ejerce como portavoz de sus guionistas, ya que su personaje teme el reclutamiento forzoso por parte de los militares salvadoreños y, por el contrario, se siente aliviado ante la posibilidad de colaborar con la gente del FMNL, entre cuyos miembros se encuentra el tío Beto: el hermano de su madre.

El tono crítico y ácido, en contra de la explotación infantil durante cualquier guerra, tiene su punto álgido cuando varios militares armados entran a saco en la escuela de Chava y, durante el recreo de los pequeños, empiezan a llamar, a voz en grito y en orden alfabético, a aquellos que deben unirse a la lucha por haber cumplido ya los 12 años. Una escena escueta, vibrante y capaz de transmitir sensaciones de todo tipo al espectador, siendo la rabia y la impotencia las más destacadas.

Es una lástima que Voces Inocentes se quede tan sólo en la citada y emotiva escena, y en la tierna manera de ir presentando a sus protagonistas principales a lo largo de su primera hora. Después queda encallado en el mismo concepto y se olvida de perfilar mínimamente a secundarios que tendrán una relativa importancia a lo largo de la trama. Incluso se le escapa de las manos ese ángel con el que, con tanto cariño, había arropado a ciertos personajes en su parte inicial. Y todo ello para entrar de lleno en una narración repetitiva y discursiva, tal y como ocurre con la interminable oratoria (panfletaria y religiosa) de un sacerdote apaleado. Tanto es así que, otro de los momentos duros del film -y, en teoría, mucho más brutal que el del reclutamiento-, me llegó a dejar por completo indiferente. Su falta de emotividad y el anquilosamiento del que hace gala, contagian la interpretación de Carlos Padilla -el jovencito que encarna a Chava-, quien acaba ofreciendo un trabajo de lo más falso y sobreactuado.

Una película valiente pero fallida. La necesaria denuncia de uno de los aspectos más desalmados de la sociedad actual -como es el utilizar a niños en los campos de batalla-, se convierte en lo mejor de un producto irregular al que le falta, en el fondo, un poco más de rabia en su exposición.

25.9.07

Imágenes esquizofrénicas

Un tipo elegante, con traje y corbata, corre desesperado por un campo de maíz. Una avioneta se acerca a él. Un poco más atrás, otro hombre, en este caso desnudo y con barba de tres días, huye raudo de un grupo de gorilas montados a caballo. Por la carretera que bordea el campo, un automóvil de policía destartalado es perseguido, a toda velocidad, por centenares de coches patrulla. Dos individuos, vestidos de negro y con gafas de sol, son sus ocupantes; en su radio suena, a todo volumen, la voz de James Brown.

Empieza a caer la noche. Un campesino intenta cruzar la carretera y, ante esa avalancha de automóviles, le es imposible realizar tal acción. Cuando lo logra, ha de parar en medio de la calzada. Dos descapotables se han detenido, uno al lado del otro, y le impiden el paso. Sus conductores, dos humanos disfrazados de gorila, se cruzan varias instrucciones a grito pelado. Al arrancar, el campesino gira en redondo y regresa a su lugar de origen. A su izquierda, un joven con la cabeza rapada, a pecho descubierto y con una pistola en la mano, obliga a un hombre de color a tenderse sobre el asfalto. Tras hacerle morder con la boca el borde de la acera, le propina una fuerte patada en el cráneo.

Un dentista, viendo tal atrocidad, se frota las manos, al tiempo que una planta carnívora devora a unos cuantos peatones. El odontólogo deja la calle y regresa a su consulta. Un estudiante, maltrecho y atado a un sillón, le está esperando. Sólo viste los pantalones de su pijama; ni siquiera lleva zapatos. El sacamuelas coge uno de sus instrumentos, se acerca al joven maniatado, le fuerza a abrir la boca y empieza a barrenarle una muela sin anestesia alguna. En el edificio contiguo, un gángster de larga melena, justo después de realizar sus necesidades, se desploma malherido tras recibir el impacto provocado por una potente arma de fuego que él mismo, minutos antes de defecar, había dejado apoyada en una repisa. El fuerte impacto sonoro hace que un reloj de pulsera se balancee sobre un cangurito...

Alguien, a través de sus gruesas lentes, observa desde lo alto tales aberraciones. Sobre su mesa descansa una inmensa maqueta. En ella se reproducen, a tamaño reducido, un campo de maíz, una carretera y una pequeña villa. La sonrisa que se dibuja en los labios del hombre de las lentes gruesas, acaba transformándose en una sonora e inacabable carcajada. Por fin, después de muchos años, ha conseguido aquello que tanto ansiaba. Un rótulo, colgado en la puerta de su bufete, anuncia que se trata del Dr. Alexander Cyclops.

24.9.07

Una ventana sin dobles cuerpos

Disturbia, simple y llanamente, se trata de una nueva vuelta de tuerca sobre la historia expuesta por Hitchcock en La Ventana Indiscreta. Un producto al uso, sencillo y previsible, aunque efectivo. Destinado claramente al público adolescente, no deja de ser un simpático modo de acercarse al clásico del orondo realizador británico y, a mi gusto, de manera mucho más correcta que la pretenciosa, sobrecargada y rocambolesco Doble Cuerpo, revisión que del mismo título (y de Vértigo) hiciera un Brian De Palma en estado alucinatorio.


Su director, D. J. Caruso (un tipo con no muy buenos antecedentes cinematográficos), apuesta por aproximarse al tema desde las coordenadas de la serie B, tal y como hizo John Badham, en 1987 y contando con una premisa similar, desde su entretenido Procedimiento Ilegal. Y es que, en el fondo, Disturbia, al tiempo que homenajea a la obra maestra de Hitchcock, recurre a una visualización y narrativa muy propias de los thrillers juveniles que se realizaron en la década de los 80; algo similar a lo que hace poco ha conseguido el denostado Michael Bay con su (inesperadamente) visible Transformers, protagonizada igualmente por Shia LaBeouf y que, aparte de la película que ahora nos ocupa, hace poco se le pudo ver en la espléndida Memorias de Queens y ya forma parte del reparto de la esperadísima nueva entrega de Indiana Jones.

Buena parte de la eficacia de Disturbia se debe a la brillante interpretación de este actor; una joven promesa en alza que, por el momento, resulta un placer verlo en pantalla. En esta ocasión da vida a Kale Brecht, hijo de un reputado escritor fallecido en un terrible accidente automovilístico, Un insoportable sentimiento de culpabilidad, convertirá a Kale en un adolescente problemático. Él era el conductor del coche en el momento del fatal e inevitable percance.

Una frase dicha a destiempo por su maestro de español (italiano en su versión doblada al castellano) y una reacción imprevista y violenta por parte del muchacho, conducirán a éste a un arresto domiciliario de tres meses de duración; tiempo que invertirá, en medio de un estado de total inquietud, en vaguear y espiar, tras las ventanas de su domicilio y ante el estupor de su madre, las idas y venidas de los integrantes de su vecindario, una tranquila zona residencial de Pasadena, California. Mientras una pierna escayolada era el impedimento que limitaba los movimientos de un mirón James Stewart, un artefacto policial en forma de anilla, dotado de un sensor y colocado en el pie derecho, será el delimitador de los posibles desplazamientos de Kale. Pronto, además de descubrir la presencia de una vecinita tentadora y recién llegada al barrio, empezará a abrigar fuertes sospechas de tener a un buscado serial killer alojado en su propio barrio.


La cinta de D. J. Caruso funciona a dos niveles y, tanto en uno como en el otro, lo hace de manera correcta. Por una parte, a través del simpático toque de comedia otorgado al personaje de Kale Brecht y a las relaciones de éste con su nueva vecina y un compañero de escuela oriental –apartado que resalta, sin lugar a dudas, por sus ágiles diálogos y, ante todo, por las dotes cómicas del espléndido LaBeouf-y, por la otra, adentrándose de lleno en el thriller; tratamiento, éste, en el que su previsibilidad se hace demasiado notoria. A pesar de ello, en su desarrollo, demuestra un buen dominio del suspense y la intriga, sin desmerecer en nada el toque inquietante que siempre sabe darle a sus malvados y pérfidos personajes David Morse, un secundario de lujo que bien se merecería un papel protagónico lo antes posible.

Hagan la siguiente operación matemática y obtendrán la película Disturbia como resultado final. La Ventana Indiscreta más Doble Cuerpo. Al tiempo que le restan el doble cuerpo físico que daba título al trabajo de De Palma, añádanle unas gotitas de la muy teenager El Club de los Cinco. La fórmula está servida. Ahora ya es cuestión de disfrutarla. Bien vale la pena, aunque sólo sea por su falta casi total de pretensiones y por el bello rostro de Sarah Roemer, la chica de la casa de enfrente.


22.9.07

Buena gente

ALONSO, Plácido – 33 años, casado y padre de una ingente prole. El pago de una de las letras de la compra de un motocarro, a punto de vencer, le acarreará uno de los mayores quebraderos de cabeza de su vida, al tiempo que le alejará de su familia en una noche tan señalada como la de Navidad. Buena parte de sus mínimos ingresos económicos proceden del trabajo de su esposa, encargada en unos lavabos públicos de Manresa (Barcelona).

BAILEY, George – 38 años, casado y padre de familia; sordo de un oido debido a un accidente infantil. Regenta, junto a su tío Billy, una pequeña cooperativa destinada a gestionar préstamos e hipotecas para los vecinos más necesitados de Bedford Falls, su localidad natal. Sacrificó su prometedor futuro y su propia luna de miel para paliar los efectos de la Gran Depresión entre sus conciudadanos. El día antes de Navidad, un descuido en la gestión de la empresa por parte de su pariente y una mala jugada de un maquiavélico banquero, situarán a él y a su humilde clientela en bancarrota. El suicidio será la desesperada opción que elija al sentirse directamente culpable de la desgracia.

“BUD” BAXTER, C. C. – 35 años, soltero y empleado en una gigantesca casa de seguros neoyorquina. De metódicas costumbres, hábil en la cocción de spaguettis y ducho en pasar muchas horas a la intemperie. Loquito por conseguir el amor de la guapa ascensorista del edificio en el que trabaja, descubrirá que su excesiva bondad le podría haber arruinado la vida. A pesar de su buen carácter, sus vecinos siempre le han tomado por un playboy juerguista y vicioso.

FINCH, Atticus – 46 años, viudo, con dos hijos a su cargo y ejerciendo como abogado en una pequeña población de Alabama. Durante sus horas de trabajo, Calpurnia, una mujer de raza negra, cuida de sus pequeños. Un hombre honrado, consejero excelente y buen padre. Defensor incansable de la igualdad y la justicia. A los ojos de sus hijos, se convirtió en el mayor héroe del mundo al terminar con la vida de un perro rabioso que les podría haber atacado. Entre sus facultades se encuentra el saber aguantar estoicamente el escupitajo de un ser ruin y tolerar, a la perfección, las gamberradas de sus dos niños.

MARIAN – Conocida también como Lady Marian. A pesar de contar con 56 años, aún conserva un cierto encanto. La soledad y la tristeza, tras la partida de su amado para luchar en Las Cruzadas, la llevarán a recluirse en un convento. Tan fuerte es el amor que siente por su hombre que, a la vuelta de éste y a pesar de regresar reumático y achacoso, se mostrará capaz de seguirlo hasta donde él le pida.

RAFAEL – Más conocido por El Manso. 43 años y propietario de una carnicería en una localidad cercana a Madrid. Un tipo solitario, tristón y de buen corazón. Sufre en silencio el dolor de una castración. Enamorado de una joven embarazada y maltratada por su novio, adoptará a ésta en su domicilio y reconocerá, como suya, a la criatura a punto de nacer. Tres años después de haber contraído matrimonio con ella, acogerá también al antiguo compañero de ésta bajo el mismo techo, ofreciéndole incluso trabajo como dependiente en su pequeño negocio.

RODRÍGUEZ, José Luis – 32 años y enterrador de profesión. Soltero y a punto de contraer matrimonio con Carmen, la hija de Amadeo, un hombre mayor al que le falta poquísimo para dejar de ofrecer sus servicios al país como verdugo. José Luis es un tipo tranquilo y reposado. Su boda con Carmen le supondrá uno de los mayores altibajos de su vida pues, según la normativa vigente en la España de los años 60, se verá obligado -por herencia- a sustituir a su suegro cada vez que se tenga que utilizar el garrote vil.

TABER, Roslyn – 35 años. Una perdedora innata, recién divorciada y angelicalmente ingenua. A pesar de su madurez, su belleza y su cuerpo aún exuberante, siguen levantando pasiones entre los hombres. Sus numerosos desengaños amorosos, no serán obstáculo alguno para que se sienta atraída por un viejo vaquero 25 años mayor que ella. Las ansias de libertad de éste conjugarán, a la perfección, con el espíritu soñador de ella.

THAYER, Ethel – 75 años y ama de casa. Casada con Norman Thayer Jr., un hombre casi de su misma edad al que llama, cariñosamente, su viejo bobo. Aquejada de Parkinson en estado avanzado, una de sus mayores virtudes es haber convivido, durante más de medio siglo, al lado de su marido, un cascarrabias de mucho cuidado, y seguir amándole igual que el primer día. Con la ayuda de su nieto, un espabilado chaval menor de edad, logrará suavizar las malas relaciones que siempre tuvo su esposo con Chelsea, la hija, ya cuarentona, fruto de su matrimonio.

VANDERHOF, Martin – 60 años, culto, educado, dotado de un gran sentido del humor y de un corazón inmenso. Fumador de pipa empedernido, ha de utilizar unas muletas para valerse en su entorno diario. A pesar de su precaria situación económica, acoge en su domicilio a todo aquel que necesite cobijo y un techo bajo el que dormir; así, entre sus huéspedes, se puede encuentrar gente de todo tipo, desde saltimbanquis rusos a enfebrecidos pirados por la pirotecnia. El Estado se ensañará con él y le amenazará con embargarle la casa, el único bien de su propiedad. De todos modos, con cuatro palabras bien dichas, sabrá poner a los inspectores de hacienda en su justo lugar.

21.9.07

Ustedes lo han querido: MATAR UN RUISEÑOR


Para los amantes de la literatura y el cine, oír el nombre de Atticus Finch supone un sinfín de sensaciones y emociones difíciles de explicar. De hecho, Atticus es un personaje fascinante y magnético, un ser bondadoso y comprensivo hasta la médula; un icono que ha perdurado hasta nuestros días desde que Harper Lee lo convirtiera, en 1960, en el protagonista principal de Matar Un Ruiseñor, su única y loada novela que, entre otras consideraciones, obtuvo el premio Pulitzer y que, dos años después, Robert Mulligan trasladara a la gran pantalla con un sentimentalismo y una maestría insuperables. Nadie mejor que Gregory Peck podría haber dado vida a un personaje con la misma intensidad que él. No en vano, el actor consiguió uno de los tres merecidos Oscar con los que se galardonó a la película. Las otras dos estatuillas cayeron en manos de su director artístico y de Horton Foote por su guión adaptado.

Lo cierto es que la Academia se quedó corta a la hora de premiar a Matar Un Ruiseñor. Sus miembros se decantaron por la ampulosidad visual de Lawrence de Arabia y dejaron, un tanto de lado, el modo intimista con el que Mulligan afrontó la novela de Harper Lee; personaje, el de la literata, que curiosamente ha sido recreado por dos actrices, de distinto registro, en las recientes versiones cinematográficas que se han realizado sobre la implicación personal de Capote con el par de criminales, condenados a muerte, que le condujeron a escribir la reputada A Sangre Fría: mientras en Truman Capote fue Catherine Keener la que se metió en la piel de la escritora, una desconocida y sorprendente Sandra Bullock hizo lo propio en Historia de un Crimen.

Matar Un Ruiseñor es un film excelente, de los de visión obligada. Es innegable que la noble figura de Atticus Finch y la espléndida relación que establece con sus dos hijos menores, ayudó a crear el mito. Él es un hombre viudo, abogado y amante de la vida en familia. Repuesto de la muerte de su esposa, su principal objetivo es sacar adelante a sus dos pequeños, Jem y Dill, una niña de 6 y un niño de 10 años respectivamente. Eran tiempos duros para los norteamericanos; corrían los años 30 y la Depresión había herido la moral de la mayoría de sus habitantes. La familia Finch formaba parte de una pequeña comunidad de Alabama, en el Sur del país, justo cuando los brotes racistas se estaban multiplicando y endureciendo. Una intriga judicial -en la que Atticus tendrá que actuar como abogado de oficio de un negro acusado de haber forzado a una joven blanca-, será el detonante que hará que los dos hermanos empiecen a comprender los consejos y la benignidad que les ha inculcado su padre en todo momento.

La voz en off de una adulta Jem Finch (que bien podría ser el alter ego de Harper Lee) será la encargada de guiar al espectador a través de los recuerdos de su niñez; una niñez en la que los miedos infantiles y la curiosidad por lo desconocido se convirtieron, en esa época, en una aventura diaria para ella. El silencioso sonido de la noche y el susurro de las ramas de los árboles, transformados en elementos distorsionados por su fantasioso universo infantil. Si a ello se le añade la presencia de un vecino misterioso, al que los niños consideraban un monstruo peligroso, tendremos la principal distracción nocturna de éstos durante sus vacaciones estivales; período en el que también se unirá a sus correrías el pequeño Tití, el sobrino de una de las vecinas de los Finch y que terminará por sentir la misma atracción por Atticus que sus propios hijos.


La cuidada fotografía en blanco y negro del experimentado Russell Harlan (capaz de metamorfosear las sombras nocturnas en espectros amenazantes) y la puntualización de la magistral banda sonora compuesta por un inspiradísimo Elmer Bernstein, son dos de los elementos claves que mejor manejó Mulligan para la confección de Matar Un Ruiseñor. Tan sólo con sus créditos iniciales, acompañados de la evocadora música de Bernstein, se crea la atmósfera ideal para enganchar al público a una de las historias más tiernas y emocionantes del cine de los años 60. A través de ellos y de un exhaustivo travelling, se realiza un detallista retrato de los minúsculos objetos que, alojados en una cajita, pasarán a formar parte de la vida de los hermanos Finch y, por extensión, de aquellos que nos sentimos poseídos por los hechos y descripciones que el realizador neoyorquino volcó en esta obra maestra; obra que algunos, y sin razón aparente, han tildado de cursilona. La fuerza interpretativa de un modélico Gregory Peck, el sensible dibujo de una niña que comienza a entender la dureza de la sociedad en la que le ha tocado vivir, y la sabiduría de un guión sin fisuras y capacitado en el arte de deformar la realidad para adaptarla a la visión más simple y ensoñadora de los más pequeños, hacen de este un film ejemplar y único. Una joya en la que, como curiosidad, hizo su debut, tras cierta experiencia televisiva, un actor de la talla de Robert Duvall. El suyo es un papel fugaz, aunque totalmente necesario para entender mejor las intenciones de Harper Lee y Robert Mulligan.

Un alegato (en nada ingenuo) a la igualdad, la hermandad y la justicia y, al mismo tiempo, un canto al peculiar microcosmos en el que se desenvuelve la infancia. Y todo ello debido a la artesanal concepción de un director al que se le debería reconocer, más a menudo, su influencia en el cine actual y del que este año, en una de las retrospectivas habituales del Festival de Sitges, se recuperará El Otro, un título indispensable que abrió nuevas alternativas al género fantástico.

19.9.07

Una voz digna de Dickens

Tenía pendiente ver La Vida En Rosa desde justo antes que se estrenara. Cada vez que intentaba asistir a uno de sus pases (incluido el de prensa), surgía algún imprevisto u otro que me alejaba de ella. Han pasado casi 5 meses sin que pudiera acercarme a la película, y eso que aun sigue en cartel en Barcelona. De todos modos, desde el pasado domingo, ya les puedo asegurar que se trata de un producto espléndido, pues, ¡por fin!, tuve la posibilidad de disfrutarlo.

Disfrutar quizás no sea el verbo más adecuado para definir mis sentimientos sobre La Vida En Rosa, pues se trata de un film corrosivo, de esos que dejan mal cuerpo; de los que necesitan ser visionados en compañía de ese pedacito masoca (e inconfeso) que la mayoría alojamos en el rincón menos accesible de la mente. Y no es porque se trate de una mala película, sino por todo lo contrario. La sobriedad con la que Olivier Lahan se acerca a la vida de Edith Piaf, es simplemente desgarradora; una vida sin milagros, aunque con una cínica carga religiosa a cuestas. Un ejercicio, tanto estilístico como psicológico, que resulta altamente recomendable para aquellos que añoran el espíritu melodramático del cine de antaño.

La biografía de La Môme Piaf -tal y como se la bautizó en los inicios de su brillante trayectoria profesional- no es muy halagüeña. La mayor parte de su infancia-aparte de estar marcada por su endeble salud-, transcurrió en un burdel de mala muerte, lugar en el que fue dejada por su padre después de haber sido abandonada por su propia madre, una mujer alcohólica que emprendió su rumbo particular hacia la nada. Su adolescencia tampoco fue para echar petardos, ya que buena parte de ella se la pasó mendigando por las calles y en compañía de una amiga borrachuza. Las monedas que conseguía cantando tonadillas populares a capella, las invertía en vino y cuatro mendrugos de pan que llevarse a la boca. Ambos episodios, tanto el referente a la infancia como el de la adolescencia, han sido trazados al más puro estilo Dickens: Polanski ya hubiera querido esa misma y cuidada estética para su fallida (aunque visible) visión de Oliver Twist.

Hasta que le llegó la suerte, la mujer fue trastabillando por la vida como mejor pudo y supo; una “suerte” entrecomillada que la condujo, a trancas y a barrancas, hacia el estrellato, aunque para ello tuviera que echar mano de sus habituales dosis de morfina y de alcohol para paliar el dolor de su quebradizo cuerpo.

La película se centra, ante todo, en la citada infancia y en el tramo final de su carrera. En éste, los recuerdos de su vida anterior, vienen y desaparecen de la mente de la Piaf un tanto sin orden ni concierto, aunque siempre enmarcados bajo el mal rollo provocado por la imborrable figura de unos padres que la abandonaron a su suerte. Un cajón de sastre tan sólo en su apariencia, ya que esa ha sido la muy consciente elección de Lahan para plasmar algunos de los singulares hechos que influyeron en el amargo carácter de una dama triste y enfermiza.

Sus números musicales (nunca abusivos y casi siempre en segundo plano); el modo de tratar la relación que sostuvo con Titine (una magnífica Emmanuelle Seigner) –la febril y sensible prostituta que sustituyó la ausencia de su madre-; la manera de mostrar los curiosos iconos que llevaron a Edith Piaf a adoptar ese blanquecino maquillaje que la caracterizó en sus actuaciones en directo, o la emotividad con la que dibuja su pasional historia de amor al lado de un boxeador casado (y que, en definitiva, a través de ese único personaje, resume sus múltiples y frustrados romances), hacen de La Vida En Rosa un producto fructífero en ideas, de brillantes imágenes y cuidada escenografía y que, en parte, ayudan a paliar algún que otro episodio, no del todo clarificado, a lo largo del metraje, tal y como sucede con ese fugaz acercamiento sobre el asesinato de Louis Leplée (un inmenso Gérard Depardieu), el descubridor y representante de la estrella durante sus pinitos sobre las tablas.


Nunca he sido seguidor de la música de Edith Piaf. Su estilo y su voz no llamaron mi atención. Gracias a La Vida en Rosa he empezado a apreciar el gran esfuerzo vital de una mujer marcada por el dolor. Y, sobretodo, aparte de la película en si misma, gracias también al excelente, sorprendente y creíble trabajo (transformista e interpretativo) realizado por Marion Cotillard para introducirse, al cien por cien, en el cuerpo y el alma de La Möme. Su torturada existencia y la persistencia innata para seguir luchando y salir a flote, son dignos de admiración y respeto; una fuerza tan impulsiva que incluso, en sus últimas horas, la condujo a pisar el escenario del Olympia de París. La misma admiración y respeto que ha demostrado Olivier Lahan al convertir en imágenes la historia de una voz que jamás llegó a ser comprendida del todo más allá de Europa y que, incluso, fue cuestionada en varias ocasiones por el público norteamericano. Una mujer que vivió al máximo y a tope, teniendo que cargar sobre sus espaldas (inclinadas) con una salud frágil y con múltiples (y obligatorias) adicciones; un sobrepeso excesivo que, al final, se la acabó llevando de este mundo a la edad de 48 años cuando, en realidad, su físico aparentaba ser el de una octogenaria.

No sé si ya ha salido en DVD. Si no es así, debe faltar muy poco para ello. Cuando puedan, denle una ocasión. A pesar del mal sabor de boca que les pueda quedar, vale la pena darle un vistazo.

18.9.07

Desayuno sin diamantes

Amor y Otros Desastres pretende acercar al espectador a ese Londres vanguardista, en donde intelectuales y snobs campan a su aire. Fotógrafos de élite, escritores de renombre, pintores innovadores... ; un festival multicolor para todos los gustos. Y allí, en el mismísimo epicentro y queriendo dominar la vida personal y sentimental de cada uno de esos personajes, está la joven y pizpireta Emily Jackson, más conocida en el ambiente como Jacks: una reportera del Vogue cuyo principal hobbie es el de ejercer de celestina con sus más allegados.

Alek Keshishian (el mismo que hace años debutara con esa cosa llamada En La Cama Con Madonna), es su director y guionista; un tipo que, para enfrentarse a Amor y Otros Desastres, lo ha hecho navegando entre el universo estilístico y visual de la cansina El Diario de Bridget Jones y de la efectiva Nothing Hill -dedicándole, a esta última, un chiste con bastante mala leche-, y la palabrería y los constantes guiños culturales alojados en el cine de Woody Allen. Pero el invento no posee (nide lejos) el frescor de alguno de sus referentes, pues cuanto expone suena a forzado; en extremo edulcorado. Da la impresión de tratarse de un film de un Allen trastocado que, en un momento de debilidad, apostara por realizar un trabajo dedicado directamente a quinceañeros con aspiraciones.

La obsesión descontrolada (e imposible) del Keshishian por transformar a Brittany Murphy en una nueva Audrey Hepburn, va más allá de todos los límites. La viste y la peina igual; intenta que imite sus gestos y miradas y, a pesar de ello, no logra que esa chiquilla menuda desprenda el más mínimo glamour. No contento con ello, a través de sus diálogos, la convierte en una fanática de Desayuno Con Diamantes, película que no se cansa de citar y que visiona, cada dos por tres y desde el DVD de su apartamento, en compañía del que ella llama su mejor amigo. Y el amigo, ¡cómo no!, tenía que ser gay, un detalle que, en las ultimas décadas, parece imprescindible para el ¿buen? funcionamiento de una comedia que mínimamente se precie.

El tópico está servido. Añádanle, a la casamentera y al homosexual, a un antiguo amante de ella y a la amiga madura y un tanto frívola de ambos. Con estos dos en escena, tendrán a uno de los cuartetos más originales y encantadores de la historia del cine. Un cuarteto un tanto desafinado al que, en ciertas escenas, le iría de perlas una de esas risas enlatadas que tanto se utilizan en las sitcoms.

Como a todo buen topizaco, Amor y Otros Desastres tira (y mucho) del enredo provocado por una confusión. Una confusión que, de tan endeble, hace aún menos creíble su débil trama. Y es que la Jacks, en su persistente paranoia por descubrirle un novio a su compañero de apartamento, confunde a todo un heterosexual -hecho y derecho- con una reinona de armas tomar; un personaje éste que, por si fuera poco, está enamorado en secreto de la propia Jacks. Lo nunca visto, vaya. Tantos años de cine para encontrase uno con un argumento así. Los pelos de punta que se me ponen...

Diálogos y chistes dignos de la peor telecomedia de Antena 3, situaciones insustanciales y cameos innecesarios como gran recurso narrativo para huir de la monotonía (la fugaz aparición de Orlando Bloom y Gwyneth Paltrow es un buen ejemplo de ello), no son más que los claros indicativos de que Alek Keshishian tiene que aprender, aún mucho, del film de Edwards que tanto le mola antes de hilvanar su propio Desayuno con Diamantes. Y es que su trabajo no pasa de ser un Desayuno con Mejillones. Los diamantes los perdió por el camino.

17.9.07

Más allá de El Tesoro de Rackham El Rojo

Dos de los tebeos que recuerdo con más agrado sobre las andanzas de Tintín fueron El Secreto del Unicornio y El Tesoro de Rackham El Rojo; dos libros que iban correlativos en la colección y que formaban un cuerpo único. En ellos, el jovencito y repelente reportero, junto al capitán Haddock y al profesor Tornasol, perseguía un anhelado tesoro que podría encontrarse en un viejo barco pirata hundido. De hecho, Imanol Uribe, en La Carta Esférica (film basado en la novela homónima de Arturo Pérez-Reverte), recurre visualmente y en un par de ocasiones, a las citadas aventuras de Tintín para ilustrar algunos de sus pasajes. No en vano -y siempre salvando las distancias, pues lo de Hergé es francamente entrañable-, este título también va sobre buscadores de tesoros en el fondo del mar.

Una sobreactuada Aitana Sánchez Gijón y un desaprovechado Carmelo Gómez (que anda todo el metraje poniendo cara de sufrir una gastroenteritis aguda), son la pareja protagonista de La Carta Esférica. Ella, la Aitana, es como Tintín, pero en mujer y mucho más madura; él, el Carmelo, a pesar de dar vida a un experimentado capitán de barco, su carácter afable y servil le acerca más al rol del perrito Milú que al del gruñón Haddock, pues todo el día va pegado a las faldas de la Tintina...

En realidad, él es un hombre solitario y amargado, ya que ha sido alejado de su oficio durante una larga temporada. De todos modos, y a nivel personal, creo que su desconsuelo viene dado por haber sido bautizado con el inusual nombre de Coy. Ella, por el contrario, es altiva, distante y, para más señas, funcionaria. Ostenta un alto cargo en el Museo Naval de Madrid y se distingue por manejar a los hombres a su antojo, haciendo con ellos lo que le viene en gana. Atiende por Tánger Soto, lo cual también hace bastante comprensible la mala leche que esconde bajo su frialdad aparente. Entre Coy y Tánger nacerá una más que esperable relación que culminará en una escena antológica y nunca vista. Las nalgas del Carmelo y los aún interesantes pechos de la Aitana, son los principales protagonistas de un coito bajo la ducha a través del cual, ambos actores, lucen sus dotes como acróbatas y contorsionistas, pues se lo montan en distintas posturas y de manera alarmantemente desenfrenada: de pie, estirados, de lado, sentados... Para quien esto escribe, significó el momento más tenso de La Carta Esférica. No se pueden llegar a imaginar lo que sufrí ante la alta posibilidad de un mal resbalón de cualquiera de ellos en la bañera. ¡Huf, que mal lo pasé!

Con tanta descripción y padecimiento, me olvidaba citarles que, tras haberse conocido de manera fortuita durante una subasta en Barcelona, la tal Tánger -una vez ya en Madrid- engatusará al bonachón de Coy para que use sus amplios conocimientos marinos en pro de la localización de un bergantín hundido, tres siglos antes, cerca de las costas de Cartagena. Él es un hombre de buen espíritu, pero sospecha que hay algo más que una mera embarcación bajo el mar. La machacona presencia de dos tipos siniestros y peleones que les siguen a todas partes, le hacen pensar aún más que hay gato encerrado. Y es que los miembros de esa pareja sigilosa, con los que tropezará en más de una ocasión, atienden por Nino Palermo y Horacio Kiskoros; un par de personajes peligrosos que, inevitablemente, también andan algo frustrados y enfurruñados debido a sus nombres.

Un producto que promete un poco de cine negro, un mucho de aventuras y un sinfín de enigmas, ha de ser, como mínimo, trepidante y entretenido. Aparte de viajar de una parte a otra del país, ha de ocurrir un poco de todo y sorprender con su ritmo al espectador. Imanol Uribe sólo viaja de una parte a otra del país; del resto, apuesta por todo lo contrario. Ni divierte ni tiene ritmo. Y, por si fuera poco, es predecible en demasiados aspectos. A los cinco minutos, cualquiera puede hacerse una idea de por donde van a ir los tiros. Las reacciones de cada uno de sus personajes saltan a la vista aunque, en este aspecto, no engaña a nadie. La voz en off de Coy, justo después de los créditos iniciales, avisa, de manera textual, que se vio “metido en una historia que, de tan imprevisible, se convirtió en previsible”. Posiblemente aquí resida el gran error de La Carta Esférica: ser más literaria que cinematográfica.

¿Por qué, aparte de Territorio Comanche, no suelen funcionar bien las adaptaciones de las novelas de Pérez-Reverte?