30.6.06

Un marrón muy marrón

El Señor de la Guerra es al tráfico de armas, lo que Blow era al tráfico de cocaína. Mientras el film del desaparecido Ted Demme narraba la ascensión y caída de George Jung, el primer norteamericano que introdujo en su país la blanca de manera industrial, el del neozelandés Andrew Niccol muestra la ascensión y la “caída” (entre comillas) de Yuri Orlov, un emigrante ucraniano que, tras empezar trapicheando con pequeñas ventas de armas a mafiosos de barrio neoyorquinos, acabó convirtiéndose en uno de los primeros suministradores de armamento a nivel internacional.

Nicolas Cage, a parte de implicarse directamente en la producción del film, es su principal protagonista. Él es quien da vida a Yuri Orlov. Citar su nombre es referirse al cinismo personificado. Se trata de un tipo impulsivo y sin escrúpulos que vive dos vidas completamente opuestas. Una es su familia y su matrimonio. La otra, es su verdadera y única pasión: la pretensión de hacer dinero, a toda costa, sin plantearse cuestiones morales. Al igual que muchos gobernantes, el tal Orlov tiene muy claro que las guerras son el negocio actual más rentable. El mejor business de los siglos XX y XXI. Es indiscutible: la muerte, nos guste o no, da dinero; mucho dinero. No importa el número de pérdidas humanas que pueda generar, ni siquiera que muchos de los cadáveres mutilados pertenezcan a niños.

Nicolas Cage, en esta ocasión, está soberbio. Ha dejado aparcadas esas muecas histriónicas a las que recurría demasiado a menudo. Parece otro actor: mucho más sobrio y serio de lo habitual: sobrio y enérgico; altivo e impúdico. Toda una creación única e irrepetible para dibujar a un personaje inverecundo que, en el fondo, no acaba de caer mal a la platea.

El Señor de la Guerra es una película tanto o más cínica que su propio protagonista. Al igual que éste, su guión (debido al propio Andrew Niccol) no tiene pelos en la lengua y, bajo un tono satírico y burlón, coloca los puntos sobre las íes sin olvidar una sola tilde. A veces, la fiereza y el estilo sincopado con la que se han filmado algunos de sus pasajes hace que su visión, para ciertos espectadores, pueda resultar extremadamente dura y contundente. Dicen que la letra con sangre entra. En este caso, aparte de todo lo que se cuenta, la imagen utilizada es otro genial instrumento para golpear las entrañas del espectador. Una buena terapia, visual y argumental, para recordar a más de uno una realidad que nunca han querido reconocer. Seguramente, para suavizar un poco algunos pasajes, su realizador ha optado por otorgarle, a ciertas escenas, un toque un tanto irreal y casi imposible de creer. Un toque irreal que le da cierto aire de fábula a la propuesta.

No se engañen con la publicidad que de ella puedan ver en televisión. Por suerte, no se trata de un thriller al uso ni de un film de aventuras estilo Michael Bay. A pesar de su elevado presupuesto y su innegable comercialidad, es otra historia. El Señor de la Guerra es una película arriesgada, tras la que se esconde un melodrama desgarrador y una comedia ácida y cruel. Andrew Niccol asegura que el personaje de Yuri Orlov es el compendió de los rasgos, caracteres y hechos de cinco traficantes reales. Para ponerle a cualquiera, con dos dedos de frente, los pelos de punta.

No se pierdan sus títulos de crédito iniciales. Son una pequeña maravilla y, de manera directa, significan un claro antecedente de todo lo que van a ver a continuación. En menos de 5 minutos, asistirán al proceso de fabricación industrial de una bala: desde la creación de ésta hasta llegar a su destino final. Espeluznante. Al igual que la totalidad de la película, estos créditos tienen un ritmo endiablado, un abrasivo sentido del humor y una mala leche final inesperada.

Asistir a El Señor de la Guerra les dará la misma sensación que pegarse una esnifada de marrón-marrón, la impía mezcla de cocaína y pólvora que el perverso dictador africano, Andre Baptiste, suministraba a los menores de edad antes de enviarlos al frente con una AK-47 entre sus manos.

28.6.06

Canguros y teléfonos

Llama un Extraño era un modesto thriller de serie B que, aparte de suponer la ópera prima como realizador de Fred Walton, poseía veinte minutos iniciales electrizantes, en los que una joven -a la que daba vida Carol Kane- se veía acosada por misteriosas llamadas telefónicas en el domicilio en el cual trabajaba como canguro. Después, justo con la entrada de un detective interpretado por Charles Durning, el resto de metraje decaía de manera alarmante, convirtiéndose en un producto típico y tópico y de connotaciones en exceso televisivas.

La genial primera parte de ese film de 1979 inspiró, sin lugar a dudas, otro de los inicios más impactantes en el género, el del primer Scream. En éste, Wes Craven, con la ayuda de una soberbia Drew Barrymore y el uso de un teléfono insistente, logró uno de los momentos de suspense más brillantes de los últimos tiempos.

Ahora se ha estrenado Cuando Llama un Extraño, una nueva revisitación del tema que se apoya, únicamente, en los vibrantes minutos que abrían la cinta de Fred Walton. Su realizador, Simon West (un tipo de filmografía irregular, pero con aciertos como La Hija del General), ha sabido dilatar al máximo el breve episodio de la película original. Los asombrosos y tensos veinte minutos primitivos, se han convertido en una hora y media llena de suspense y misterio. Y ello sin tener que forzar demasiado su guión.

Simon West ha jugado muy bien las cartas. Una situación y un escenario únicos le han sido más que suficientes para calibrar, a la perfección, las numerosas dosis de tensión con las que consigue mantener a la platea aferrada a su butaca. La presencia de una mansión moderna y un tanto fantasmagórica, solitaria y situada en medio de un tenebroso bosque, al lado de un lago, es uno de los elementos más importantes dentro de la acción y la intriga propuestas. Y más si se le añade una tempestad nocturna.

En esa casa inmensa, de tres pisos, llena de pasillos, estancias oscuras y esculturas fúnebres, ha colocado a la joven Camilla Belle, sola en medio de ese estremecedor y lujoso universo, al cargo de dos criaturitas que duermen plácidamente en su pertinente habitación. Los padres de los pequeños –un adinerado médico y su esposa- han salido a pasar la noche fuera. No regresarán hasta pasada la medianoche. Ese es el momento ideal para que la canguro empiece a inquietarse en la soledad de ese espacio desconocido para ella. Primero oirá extraños ruidos; después recibirá imparables llamadas telefónicas; más tarde saltará la alarma. Todo un perverso ritual, urdido por su realizador, para crear una atmósfera de suspense ciertamente enrarecida.

El resto es sencillo aunque efectivo. Se trata de hacer llegar el misterio al límite, al igual que hace con la invisibilidad casi espectral que rodea a la chica que se siente acosada. Y después, cuando tiene al espectador tan agobiado como a su propia protagonista, va y suelta el bombazo. Una sorpresa de guión que, en este caso, aún está mejor resuelta que la que ya existía en el film original. Lástima, de todos modos, que se trate de una sorpresa cantada incluso para aquellos que no vieron la película de Walton, pues los responsables del trailer promocional de Cuando Llama un Extraño no la esconden en absoluto. Cosas imperdonables del marketing cinematográfico.

Nunca me he mostrado muy partidario de los remakes. Lo saben de sobras. Pero hay casos, como en éste, que resultan totalmente válidos. Primero por saber sacarle con sabiduría todo el jugo a una historia mínima, alargando su metraje, sin falsedades ni paja, en pos de la intriga y el suspense. Segundo, porque ésta es la época ideal -debido a la móvilmanía imperante-, para revisar una historia en donde los teléfonos (inalámbricos y celulares) juegan un papel importante. Y tercero porque, al igual que su antecesora, posee otro inicio inolvidable y de una plasticidad visual aplastante: mientras trasncurren sus títulos de crédito y con el fondo de una feria ambulante, Simon West nos própone un sorprendente prólogo que, al mismo tiempo, supone una avanzadilla para el espectador de los terrores que habrá de vivir Camilla Belle, una jovencita prometedora que, hasta el momento, sólo había intervenido en películas con adolescentes calentorros.

Vigilen si alguien les llama a su teléfono. Seguramente será una señorita, con voz educada, vendiéndoles publicidad de cualquier tipo. Otro tipo de acoso al que algún día alguien debería dedicarle una película con cierta mala leche.

27.6.06

Psicotronía mejicana y enanos recargables

Hay días en que uno tiene la cabeza un poco espesa y no le apetece ver ninguna película que suponga un mínimo esfuerzo mental. Ese momento siempre coincide con la insistente petición del cuerpo por chutarse una elevada dosis de basura para seguir tirando palante. En definitiva: el instante ideal para repasar cualquiera de los numerosos títulos protagonizados por luchadores enmascarados. Los héroes mejicanos de la lucha libre nunca defraudan. Psicotronía pura, de la más dura. Psicotronía servida en bandeja de plata por Producciones Agrasánchez y Federico Curiel (uno de los realizadores habituales del género), tal y como ocurre en el caso de Los Campeones Justicieros.

Mil Máscaras, Tinieblas, El Médico Asesino y La Sombra Vengadora, capitaneados por el mítico Blue Demon, forman el grupo de Los Campeones Justicieros a los que hace referencia el título. Un grupo de peleones aguerridos, expertos en lucha libre y que dedican su tiempo libre a combatir el mal. En esta ocasión (su debut ante las cámaras como sociedad), invertirán sus fuerzas en derrumbar al pequeño imperio de un mad doctor que atiende por el nombre de Mano Negra. Bueno, lo del mote de Mano Negra es muy sencillo, ya que su mano izquierda es postiza y negra.

Por otra parte, lo de “pequeño imperio” no está escrito por azar ya que, el ejército del que se vale el villano, está formado por un numeroso conjunto de enanos a los que ha dotado, a cada uno de ellos y según sus propias palabras, "de la misma potencia que tendrían 10 atletas juntos". Para ello usa un complicado sistema, ingeniado por él, que consiste en introducir a los liliputienses, uno a uno, en el interior de una diminuta campana durante unos segundos. Al salir de las misma y tras una nímia explosión, su estatura seguirá siendo la misma, pero su fuerza será inigualable. A partir de ahí el delirio está servido.


Lo primero que planea, para jorobar a Blue Demon y su tropa, es secuestrar a las novietas de los cinco luchadores, antes de que éstas puedan llegar a competir en un concurso de misses aztecas. El perverso proyecto implica encerrarlas en unas cabinas individuales y clionizarlas para, posteriormente, hacerles un lavado de cerebro con la intención de que se conviertan en agentes al servicio de las superpotencias enemigas del país. Complicado y estrambótico.

Como era de esperar, Blue Demon pillará un cabreo de mucho cuidado cuando descubra los propósitos maléficos del pérfido Mano Negra. Y más teniendo en cuenta que ha pillado a sus guapas compañeras. Junto con sus colegas, pondrán manos a la obra para intentar el rescate de las chicas. El problema de dar con la guarida del rufián no será tan difícil como se temía en un principio. Ese es un problema que se resolverá tan sólo con la ayuda de viejos recortes de diario que, de manera inexplicable, señalan el lugar preciso en donde el criminal trama sus fechorías: el típico laboratorio, lleno de probetas y aparatitos espectaculares y cutrones que sueltan sonidos como piiing y puuunch sin parar.

Pero todo no será tan simple como esperaban nuestros héroes, ya que recibirán varias palizas de órdago por parte de los liliputienses titánicos. Debido a que a los pequeños soldados, tras varios minutos de lucha, se quedan sin las baterías otorgadas por la campana, Mano Negra ideará una solución más duradera que la inicial. Al no haberse inventado aún las pilas Duracell, les instalará unas pulseras autorrecargables en sus muñecas; una pulseras que, de todos modos, dejarán de surtir efecto cuando los Campeones Justiceros descubran que pisoteándolas anulan todas sus propiedades.


Nuestros héroes, fondones y llenos de michelines, habrán de enfrentarse a numerosos peligros antes de poder salvar a sus muchachas. Tendrán que usar sus distintos transportes en diversas ocasiones; cada uno tiene el suyo propio y jamás se plantean ir a un mismo lugar en un único vehículo: dos motos, dos automóviles y un Meari son sus tesoros más preciados. En contra, sus enemigos, poseen un cochambroso automóvil goldfingeriano, dotado de peligrosos gadgets para desbaratar los propósitos de Blue Demon y sus amigos.

Luchas bajo el mar (filmadas en una piscina y con un acuario con peces de colores situado entre los actores y la cámara); saltos con y sin paracaídas desde una avioneta destartalada; persecuciones automovilísticas en carreteras de curvas... Igual que Operación Trueno, pero a lo pueblerino. Y sobre todo muchos enfrentamientos, cuerpo a cuerpo, con los enanitos salvajes. Alguno de éstos, de vez en cuando, sale volando por los aires tras un encontronazo con los heroicos enmascarados: curiosamente, en ese lanzamiento de pértiga humana, la víctima liliputiense, en su recorrido aéreo y posterior caída, siempre se convierte en una especie de muñecote de goma totalmente elástico. Cosas de los efectos especiales del maestro Federico Curiel, tal y como ocurre en una electrizada escena en la que el apreciado La Sombra Vengadora es desestabilizado, brutalmente, con la ayuda un gas soporífero que surge del micrófono de su teléfono, tras atender una llamada nocturna: un efecto visual un tanto brutote y de estar por casa.


Entre tanta locura y desmelene, no podía faltar la mujer pérfida y roñosa. Ella es Elsa Cárdenas, una fémina habitual en este tipo de productos y que, durante muchos años, vivió de putear a gente como Santo o Blue Demon. Macizorra, pechugona y celulítica, en los 70, la tal Cárdenas encadiló al público mejicano con sus curvas y sus delanteras, al tiempo que, con sus malas artes, provocaba numerosos quebraderos de cabeza a los luchadores enmascarados.

No busquen lógica alguna a Los Campeones Justicieros. Al igual que otros productos por el estilo, se trata de basura en estado puro, reciclada en celuloide. Si son asíduos a este tipo de películas, sabrán de lo que estoy hablando. Si por el contrario nunca han visto un film de este estilo, ahora es el momento apropiado para hacerlo. Descubrirán una manera (básica) de hacer cine. Un cine ideal para ver con un grupo de amigos (gamberros) dispuestos a disfrutar y reír. Muchas comedias actuales querrían obtener el mismo número de carcajadas espontáneas que aún siguen obteniendo estos enmascarados mejicanos.

25.6.06

Sicario (Facilitador de muertes)

Julian Noble ha sobrepasado de largo la cincuentena. Y eso se nota en su faena habitual. Ya no es tan fino como antes y, a veces, falla en sus encargos. Y es que un asesino a sueldo no puede permitirse muchos errores a la hora de ejecutar su trabajo. No tiene casa fija. Su hogar son los hoteles. Es un hombre curtido. Hortera, pero curtido. Su negocio le obliga a viajar por todo el mundo. Es un tipo solitario. Y con la edad, a pesar de sus múltiples ligues ocasionales, aún se siente más solo y derrotado.

Danny Wright es un tipo con mala suerte; un gafe de tomo y lomo. Junto con su esposa, y a pesar de sus problemas económicos, ha podido superar la muerte de su único hijo. Un posible negocio millonario, a cerrar en la Ciudad de México, le obligará a dejar por unos días su casa de Denver. El azar hará que acabe compartiendo margaritas con Julian Noble, en la barra del hotel mejicano en el que ambos se hospedan. Tal y como diría el Capitán Renault, “éste podría ser el inicio de una gran amistad”.

Una amistad atípica y surrealista. Una amistad que dará pie a Richard Shepard, el realizador de Matador, ha entrar de lleno en una comedia llena de tonalidades negras, en la que brillarán, ante todo, las interpretaciones de sus dos protagonistas masculinos: Pierce Brosnan y Greg Kinnear. El primero aprovecha para alejarse definitivamente de la imagen de James Bond - a través de una divertida actuación y de un look desastroso que denota cierto gamberrismo por su parte-, mientras que el segundo da un paso más, hacia delante, para confirmar que se trata de uno de los mejores actores actuales en el género. Y lo mejor de todo se encuentra en la explosiva (e inesperada) química que acaba creándose entre ellos. Un tira y afloja humorístico que no se veía en pantalla desde los tiempos de Stan Laurel y Oliver Hardy.

Matador podría ser un film peligrosamente astracanado. Y no lo es, gracias a su guión y, ante todo, a sus ingeniosos diálogos. Un producto inteligente y lleno de pasajes inolvidables. Siempre cercano a la exageración; siempre en el límite, pero sin caer jamás en el peligro de convertirse en un despropósito grotesco. Una buena muestra de ello se encuentra en la larga escena que transcurre en una plaza de toros durante una corrida. Ésta se inicia en las gradas, bajo el ardiente sol mejicano, cuando Noble le confiesa a su incrédulo amigo accidental su verdadera profesión, y termina (de manera sorprendente y jocosa) en los lavabos del ruedo. Toda una lección de cine en la que su director demuestra moverse con total facilidad en la comedia.

En el film hay momentos para todo, aunque siempre bajo un punto de vista sarcástico y salteado con gruesas gotas de humor negro. Incluso hay tiempo para un inmenso guiño a las sitcoms televisivas sin necesidad de ampararse en las truculentas carcajadas enlatadas. Y ese es precisamente el instante en el que Hope Davis, la mujer de Kinnear en la cinta, aprovecha para lucir sus grandes dotes como comediante, justo en la escena en que Julian Noble, de manera inesperada y con un elevado grado de nocturnidad y alevosía, visita el domicilio del matrimonio Wright por vez primera. El morbo de tener a un asesino en casa no es moco de pavo. Y Hope Davis lo demuestra de manera fenomenal.

Los asesinos profesionales, por desgracia, no interesan al público de nuestro país, ya que tanto Matador como Rosario Tijeras han pasado de manera rauda y desapercibida por nuestras pantallas. Dos puntos de vista distintos (y excelentes) sobre un oficio que antaño resultaba muy cinematográfico.

Quizás sería necesario rebautizar a los nuevos sicarios y optar por definirlos como “facilitadores de muerte”. O, al menos, ese es el término que el personaje de Brosnan prefiere utilizar para definir su oscuro oficio.

23.6.06

La noche más corta...

Hoy, la noche en Catalunya, es una noche de calor...

una noche de fuego...

una noche de cava (catalán, por supuesto...)

y una noche con dos tipos de coca: la típica de Sant Joan...

... y la de Tony Montana.

21.6.06

Sicaria (Rosario's Way)

Rosario Tijeras vive en el Medellín de los años 80; un Medellín en donde el cártel de la droga y la violencia provocada por éste se respira a cada minuto en sus calles. Una ciudad en donde aún impera el barraquismo; una ciudad pobre, sucia y con olor a pólvora y sangre; una ciudad de la que Rosario Tijeras forma parte de su engranaje. Ella es joven, muy atractiva y misteriosa. Posee dos armas esenciales: una mata, la otra seduce. Se trata de las dos armas que ha elegido para subsistir en un ambiente miserable y ruin. Los hombres la buscan. Ella los utiliza como meros instrumentos para saciar su sexo. Es una mujer solitaria y dura. Muy dura. Posiblemente, lo peor que le podría pasar a uno es ser besado por una damisela como ella, de profesión asesina a sueldo.

Tijeras es su mote. No se lo ha puesto al azar. Es una elección premeditada, pues le remite a un hecho oscuro que definió su carácter y su particular (y arriesgada) toma de posición ante la vida. Sólo ama a una persona, a su hermano; un joven que, al igual que ella, anda jugando con las drogas y las armas. Es el único mundo que conocen y al que inevitablemente se deben. No tienen otra elección posible.

Ellos forman parte del Medellín más oscuro. Un Medellín peligroso y austero que ha retratado, a la perfección en su película, el realizador mejicano Emilio Maillé. Basada en una popular novela de Jorge Franco Ramos (acreditado también como guionista), el trabajo de Maillé ha buscado el lado más desgarrador del retrato de una mujer quemada por estar atrapada en un círculo vicioso del que jamás podrá escapar. Necesita su trabajo y al mismo tiempo lo odia. La frialdad de sus relaciones con los hombres por los que se siente atraída y la intensa manera de vivir el sexo con ellos, plasma a la perfección la dualidad en la que vive inmersa. El sexo, para Rosario, es una válvula de escape a sus angustias diarias.

Flora Martínez es la chica que da vida a Rosario. La actriz es parte imprescindible dentro de la película. Su creación es fascinante, magnética. Tanto por su físico como por su interpretación; un trabajo que mezcla varios registros con total desenvoltura: asesina sin escrúpulos, hembra fogosa o mujer derrotada. Tal cual como, seguramente, la imaginó Jorge Franco al crear el personaje principal de su novela.

El vasco Unax Ugalde y el colombiano Manolo Cardona dan vida a los dos amigos -lejanos al ámbito corrupto de Rosario-, que acaban colgados de ella. Cada uno a su manera. Uno en silencio, el otro apasionadamente. Uno entenderá las razones y acciones de Rosario; el otro no.

La cinta se mueve, a la perfección, entre el melodrama y el thriller. La parte melodramática es desgarradora, totalmente desalentadora y muy macabra; la frialdad del personaje de Flora Martínez es dolorosa. Su lado más cercano al thriller es violento y seco. De aquí te pillo, aquí te mato. No hay concesiones. Incluso es válido descargar todo un cargador sobre el cuerpo de un cadáver en el día de su entierro. Rosario Tijeras no tiene límites. Ni su director, quien, en un estudiado guiño de guión, entronca directamente con una de las películas más redondas de Brian De Palma, Atrapado Por Su Pasado (Carlito’s Way).

Véanla. Es una pena que no funcionara mejor en taquilla. Recupérenla a través del DVD o de la mula. Si es necesario, róbenla a su tendero habitual o a su mejor amigo. No se arrepentirán. Y, con total seguridad, por mucho peligro que implique, se enamoraran de esa fémina que anda con la fatalidad a cuestas. A mí me ha pasado.


20.6.06

Ustedes lo han querido: MEMENTO

Memento, el segundo largometraje del realizador londinense Christopher Nolan (y su primera producción norteamericana), es un trabajo fascinante. Cada vez que lo veo (y ya van tres) descubro nuevos detalles en su atípica e ingeniosa trama.

De hecho, se trata de un experimento cinematográfico; un experimento ante todo narrativo. Pero, al contrario que otros ensayos por el estilo, éste no posee pedantería alguna. Al contrario: sus elucubraciones visuales y argumentales no están puestas porque sí. La manera de contar la historia, de atrás hacia delante, es la mejor manera de involucrar al espectador en todo lo que le ocurre a su protagonista; una buena razón, perfectamente fundamentada, para jugar con el público.

Leonard es un hombre enfermo. Sufre una extraña enfermedad mental. Su memoria es reducida, mínima. Es incapaz de crear recuerdos recientes. Todo cuanto le ocurre se le olvida a los dos minutos, por lo que ha de recurrir a la ayuda de una Polaroid, a anotaciones en minúsculos papeles e, incluso, a tatuarse largas frases en su cuerpo para poder afrontar su vida. Al mismo tiempo, se ha propuesto vengar la vida de su mujer, la cual asegura fue violada y asesinada en su propio domicilio. Conoce el nombre de su asesino. Incluso es consciente de que alguno de los que le rodean pudiera ser el tipo que busca. Pero su memoria no es fiable. Y muchos, debido a su dolencia, saben a la perfección que lo pueden utilizar a su antojo.

Christopher Nolan aprovecha el trastorno del tal Leonard para colocar al espectador en su lugar. La cinta empieza con la última escena y, a partir de allí, empieza a retroceder en el tiempo, hasta finalizar con la que, en una narración estándar, habría significado el inicio de la misma. Aunque siguiendo un orden lógico, todas sus escenas están fragmentadas. Y, al mismo tiempo, todas ellas van unidas por otra escena, también fraccionada aunque de narrativa lineal. Ésta está filmada en blanco y negro y, en parte, en ella, se esconde la verdad sobre Memento. El instante en el que realizador, de manera magistral, funde el blanco y negro con el color, da la clave real de todo el -en apariencia- complicado intríngulis que nos ofrece.

Memento es un film de bajo presupuesto, pero con un look visual maravilloso. Un film sabio, intrigante y crudo. Más que el guión (magnífico, por cierto), su principal arma se encuentra en ese montaje invertido y meditado a conciencia que, en el fondo, lo convierte en un título difícil. La verdad es que hay que estar muy despejado para ir ligando toda la sincopada investigación que lleva a cabo el torturado personaje de Leonard, pero todo tiene su recompensa, ya que se trata de una película compacta e imprescindible. Parece una broma fácil, pero por su complicada estructura, les puedo asegurar que para ver Memento hay que encontrar el momento oportuno.

No sólo es un thriller fuera de lo normal, pues también esconde un drama personal de enormes dimensiones. Es uno de los títulos que mejor ha sabido reflejar las dolorosas consecuencias que pueden desarrollar un mal asumido sentimiento de culpa. El intentar escapar de la realidad, la mentira, el engaño, la soledad y el miedo a seguir viviendo son algunas de las constantes que se barajan en Memento. Como bien dice su protagonista, interpretado a la perfección por un camaleónico Guy Pearce, “por mucho que cierre los ojos, el mundo sigue aquí”.

Un trabajo original, no apto para palomiteros compulsivos, en el que además, aparte de Guy Pearce, se puede disfrutar de la presencia de la siempre enigmática Carrie-Anne Moss y de un todoterreno como Joe Pantoliano, poco antes de ingresar en la familia Soprano.

Sencillamente, una maravilla de película.

19.6.06

Próximamente: sicarios

Esta misma semana, desde este blog, dos exhaustivos análisis de dos asesinos a sueldo de distinta calaña. Dos puntos de vista diferentes sobre una misma profesión; una profesión oscura y solitaria. Dos sicarios que, inmerecidamente, pasaron sin pena ni gloria por nuestras pantallas.

Ella atiende por Rosario Tijeras. Joven, guapa y sensual. Se rumorea sobre ella que cobra 1.000 dólares americanos por cada asesinato y 1.1000 por un polvo. Trabaja en Medellín y el narcotráfico es su principal cliente. Enamorarse de ella puede suponer un grave conflicto emocional.

Él atiende por Julian Noble. Guapo y hortera, pero físicamente desgastado. Hasta el momento, se le consideraba uno de los mejores asesinos a sueldo, pero una depresión y el paso de los años le han restado facultades. Le encantan las corridas taurinas y el arte del matador. Trabaja por todo el mundo. Hacer amistad con él podría cambiarle la vida radicalmente.

Tanto el uno como el otro, a pesar de su alta categoría como profesionales, han desaparecido de nuestro país, aunque aún es fácil dar con ellos con la ayuda de una mula. Fácil y aconsejable.

Pronto, más sobre ellos.

16.6.06

Pignon, ese hombrecillo

A Francis Veber, en Francia, su país de nacimiento, se le considera el Rey de la comedia. Títulos como Vicios Pequeños o, más recientemente, La cena de los Idiotas y Salir del Armario se han convertido en grandes éxitos comerciales, tanto en su tierra como en el resto de Europa. Su cine es fácil. No hay segundas lecturas y su contenido es altamente popular. Entretenimiento sin más, sin coartadas populares y con un claro aire de vodevil.

Ahora se acaba de estrenar en España su nuevo trabajo, La Doublure, que en castellano significa, más o menos, El Reemplazo. Aquí -con la malsana intención de recuperar la taquilla conseguida con la Cena de los Idiotas-, se ha optado por el más truculento de El Juego de los Idiotas.

Para el film, Veber vuelve a recuperar a Pignon, su personaje fetiche que ha sido interpretado, en varias ocasiones, por distintos actores para su cine. Más que un mismo personaje es un símbolo: la imagen del hombrecillo anónimo, de clase media baja, cultura justa y que jamás se ha visto envuelto en situaciones comprometidas y complicadas hasta que Veber lo atrapa en sus redes. Un antihéroe urbano que, en esta ocasión, se ha introducido en el cuerpo de Gad Elmaleh, un actor marroquí que, con su aire embelesado a lo Buster Keaton, acaba resultando lo mejor de El Juego de los Idiotas. Su mirada perdida y tierna, sumada a la pinta de bonachón, le convierten en un Pignon ideal; un François Pignon que se gana el pan de cada día como aparcacoches de un lujoso establecimiento situado frente a la Torre Effiel.

Una fotografía callejera de un paparazzi, en la que salen Pignon, una espléndida top-model y el multimillonario amante de ésta, obligará a nuestro hombre a compartir su pequeño apartamento con la envidiada mujer: una rubia guapísima y tentadora, de piernas interminables. Tendrá derecho a todo, menos a pernada. Una extraña pareja construida como tapadera para paliar las sospechas de Christine, la esposa de Pierre Levasseur, el marido adúltero que teme perder su fortuna en el caso de que su media naranja solicite el divorcio.

La idea inicial es descabellada y, a priori, tiene su gracia, pero Veber no le ha sabido sacar buen provecho a la historia. Se queda a medias tintas en demasiados aspectos. Ha exprimido muy poco sus posibilidades y la película no acaba de funcionar. A veces, incluso, todo cuanto expone suena muy cursi, como si se tratara de una historia de príncipes azules destinada a un público de quinceañeras enamoradizas. Caricaturiza en exceso a ciertos personajes, como ocurre en el caso del matrimonio Levasseur; tanto Daniel Auteil como Kristin Scott Thomas están muy exagerados en sus respectivos papeles. Por otra parte, ese aire de vodevil que tan elegantemente dominaba en otros títulos ha desaparecido por completo y, al final, da la impresión de que su director se incline más por resaltar la ciudad de París en forma de bella postal turística que por construir un guión mucho más ágil e ingenioso.

Aparte de la interpretación del citado Gad Elmaleh, El Juego de los Idiotas funciona muy bien cuando los personajes secundarios toman las riendas de algunas escenas. Un doctor hipocondríaco que odia a sus enfermos o el antiguo compañero de apartamento de Pignon quien, con la aparición de la esbelta modelo, ha de mudarse a casa de su madre alcohólica. Ellos, indiscutiblemente, consiguen los mejores momentos de un film fallido y vacío y que, en parte, pierde ese toque de malicia y cinismo que se adivinaba en otros títulos de su realizador.

De todas maneras, tomen nota de un nombre: Alice Taglione... ¡qué piernas! ¡qué cuerpo! ¡qué altura! ¡qué todo...!

14.6.06

Un insignificante grano de arena

Samuel Bick es una buena persona. Una persona de esas a las que le caen las hostias por todas partes. Tiene un trabajo de mierda como vendedor de muebles de oficina; un trabajo en el que ha de mentir como un cosaco para endosar ciertos productos. Y a él no le gusta mentir; lo que querría es montar su propio negocio, en compañía de su único amigo: un negocio de reparación de neumáticos a domicilio. No soporta que traten mal a su amigo por ser de color; la resignación de éste ante el trato racista al que se ve sometido le indigna. Y, para más desgracia, lleva un año separado de su mujer. Ella va en busca del divorcio y él haría lo imposible para recuperar esa relación.

Este es el punto de partida de El Asesinato de Richard Nixon, una cinta del 2004 que, con cierto retraso, se estrena ahora en nuestro país. Es de suponer que las distribuidoras no confiaban demasiado en la propuesta de Niels Muller, su realizador quien, al mismo tiempo, debutaba con éste trabajo en el mundo de largometraje tras una pequeña experiencia en televisión.

El Asesinato de Richard Nixon está basado en un caso real, el de un tipo que decidió cortar por lo sano todos sus problemas y, por extensión, los del feroz mundo en el que se veía inmerso. Su idea era la de atentar contra la vida de Richard Nixon. La presencia del Presidente en todos los medios de comunicación le resultaba ofensiva, irritante. Allí estaban la guerra del Vietnam, la caída de Allende, los violentos altercados de Woundedknee... Y Nixon siempre aparecía en el centro de todos los conflictos. El ojo del huracán. La falacia era su Biblia. Las mentiras que soltaba, una detrás de otra, le encolerizaban. La figura de ese político narizotas y corrupto se convirtió, para Samuel Bick, en el aglutinador máximo de las desgracias del planeta.

La película sigue los pasos de Un Día de Furia. Mientras el film de Joel Schumacher se inicia justo en el momento en el que la última gota de agua colma del vaso de la desesperación, en El Asesinato de Richard Nixon asistimos al proceso de rellenado del recipiente; gota a gota. La explosión de violencia y la sed de venganza inicial de Douglas, en este caso, se guarda para el final, cuando Samuel Bick pone manos a la obra y se dispone a hacer desaparecer de la faz de la Tierra al que cree el culpable de todos los males.

Una idea perfecta, interesante y, a priori, prometedora. La lástima es que la película se encalla desde su primera escena. Resulta demasiado repetitiva en todos los aspectos, tanto en el retrato del agobiado personaje como en la reiteración de ciertos conflictos políticos y sociales que no para de machacar a lo largo de toda la proyección. Su realización es desangelada, pobre, no tiene garra. A pesar de sus buenas intenciones (que las hay, y muchas), su trama no acaba de atrapar al espectador. Sus altibajos narrativos la convierten en una especie de Montaña Rusa y su estilo visual recuerda demasiado al de las teleseries de bajo presupuesto.

Sean Penn (que por momentos, con sus gestos y andares, me recuerda al Dustin Hoffman de los 70), está perfecto en la piel de ese ser asfixiado y solitario. Hace creíble a un personaje agobiado y harto de ser tratado a patadas, un hombre que se considera a sí mismo un minúsculo e insignificante grano de arena en medio del Universo y que está dispuesto a pasar a la historia, al precio que sea pero con letras mayúsculas.

Quizás el trabajo del actor, junto con las ya citada buenas intenciones, sea lo más destacable de un producto fallido, irregular y aburrido pero que, al menos (y eso tiene su mérito), ha sabido retratar con cierta veracidad ese horrible sentimiento de impotencia que nos invade al descubrir que, por desgracia, las leyes de Murphy siempre se cumplen de manera inexorable.

12.6.06

Ghost

Dieciséis años después de haberse quedado prendada de un espectro en Ghost, una Demi Moore más madura regresa a las pantallas gracias a En La Tiniebla, una cinta de género, en la que se mezclan algunos misterios, un par de fantasmas y un mínimo toque de suspense. Un producto prefabricado para rescatar a la estrella del letargo interpretativo en el que se encontraba y, al mismo tiempo, con la intención de convertirla en su protagonista (casi) absoluta.

No es una película para buscarle tres pies al gato. Las sorpresas son mínimas o, al menos, las pocas que hay, resultan muy previsibles. Se trata de un entretenimiento, de aire exageradamente británico (a pesar de que su realizador sea australiano de nacimiento) y muy en la tradición de viejos títulos como la inolvidable Luz de Gas, su principal referente. Es una película más, una de tantas de las que se han acercado al fantástico desde una corrección y formalidad incluso cargantes. La cinta, en su puesta en escena, denota esa aparente tranquilidad de la que tanto presumen en Gran Bretaña. Su ritmo narrativo es lento; la manera de mimar su preciosista y oscura fotografía se me antoja excesiva y el persistente y calmado retrato del deprimido personaje de Demi Moore acaba siendo reiterativo.

Un accidente inesperado y un aplastante sentimiento de culpabilidad hacen que Rachel Carson, una prestigiosa escritora norteamericana afincada en Gran Bretaña, abandone su lujoso apartamento londinense, y a su marido, para instalarse en una solitaria casona instalada en un acantilado escocés, frente a un viejo y abandonado faro y a unos cuantos kilómetros de un pequeño pueblecito costero, Su principal pretensión es borrar de la mente la muerte de su hijo pequeño y, al mismo tiempo, buscando el sosiego, poder terminar su nueva novela. Pero, como era de esperar, los fantasmas nunca descansan en paz.

Uno de los alicientes de En La Tiniebla se encuentra en el trabajo de la actriz. La mujer se esfuerza, al máximo, para volver a recuperar el status perdido en el mundo del cine. Y lo hace de manera creíble y sin pasarse de la raya en ningún momento, otorgándole una personalidad única a esa mujer amargada y solitaria que no puede alejar a su hijo muerto de su lado. La presencia de Demi Moore en pantalla es casi continua, lo cual no es culpa suya, sino de una mala planificación por parte de Craig Rosenberg, su director. Una errónea planificación que, por otra parte, convierte al resto del reparto en meros comparsas, más cercanos al puro anecdotario que a dotar de cierta entidad a los personajes con más relevancia (en teoría) dentro de la espiral de terror que envuelve a la escritora Rachel Carson.

Hay que reconocer que algunos pasajes del film -aquellos que tienen un tratamiento más gótico y fantasmagórico-, están perfectamente resueltos. Por momentos (no muchos), consigue crear una atmósfera de tensión interesante. Pero al igual que lo logra, es capaz de destrozar una buena idea al recurrir a truculencias narrativas y engaños fatuos. Hay un susto duplicado y en forma de muñeca rusa, enmarcado dentro de un sueño, el cual, a su vez, transcurre dentro del mismo sueño. Ni en las peores pesadillas en Elm Street se había llegado tan lejos. Y eso daña mucho a aquella formalidad aparente con la que Rosenberg trazó inicialmente su producto.

Es innegable que, aparte de la presencia apabullante de Demi Moore, la otra gran protagonista de la película (y casi lo mejor de todo) se encuentra en las espectrales (y bellas) localizaciones en las que ha sido filmada. La costa de Escocia da mucho juego para un producto de ciertas coordenadas como las de éste. La neblina, la lluvia, las tormentas, el rumor del oleaje, la presencia de un viejo faro abandonado o las leyendas ancestrales de las que se alimentan los moradores de esa tierra ayudan, en mucho, a crear los pasajes más brillantes de un trabajo tan irregular y estándar como visible.

Por cierto: o a la Moore se les están abriendo las cicatrices de sus numerosas operaciones plásticas o empieza a denotar sus 44 años de edad. Nada es lo que era y, a esta mujer, se le está afilando demasiado la nariz. Me voy a por la medicación.