30.11.05

Ustedes lo han querido: DARKMAN

Darkman supuso el cuarto largometraje, como realizador, en la filmografía de Sam Raimi. Y, tras volverlo a revisar, sigue tratándose de un trabajo excelente, de espíritu gamberro y plagado de guiños cinéfilos. Un cómic no basado en ningún cómic en la que el realizador vuelca toda su sabiduría cinéfila. Creado directamente para la gran pantalla, aunque lleno de homenajes a todos los superhéroes que han nacido en formato de tebeo. Una pequeña joya en bruto que hay que conservar y respetar, pues se mantiene igual de fresca que el primer día.

La historia de Darkman mezcla el humor negro y salvaje con el trepidante ritmo de un film de aventuras fantásticas. Hora y media le fue más que suficiente al director para deslumbrar con su experimento y, al mismo tiempo, ensañarse un tanto con el personaje del científico Peyton Westlake, un gafe de tomo y lomo. Un pobre tipo que, sin comerlo ni beberlo, tras una explosión, queda con todo su cuerpo desfigurado. De allí a convertirse en el vengador Darkman sólo hay un paso. Un hombre oscuro, habitante de las sombras y enfundado en un atuendo granguiñolesco y peculiar. Su particular manera de andar y su arqueada silueta, así como su citada vestimenta, remiten directamente al también deforme Vincent Price de Los Crímenes del Museo de Cera, hijo asimismo de otro monstruo de la literatura y del cine, El Fantasma de la Ópera.

Darkman bebe directamente del estilo visual y del sentido del humor con que el mismo Raimi planificó uno sus films anteriores, Ola de Crímenes, Ola de Risas (Crimewave). A diferencia de éste, tiene un argumento más perfilado: simple pero efectivo. Directo al grano. No se anda con rodeos a la hora de hundir en las penumbras al desgraciado Darkman, un héroe con muy poco de superhéroe. Al igual que Batman, no posee superpoderes de ningún tipo. Sólo cuenta con su inteligencia y sus experimentos científicos para vengarse de los que le dejaron tullido. Y, como el propio Batman o Spiderman, se tortura mentalmente relamiéndose con su desgracia. Un llorón en toda regla. A la que pilla un rincón solitario, aprovecha para echarse unas lagrimillas. Sutil y descarnado al mismo tiempo.

Un tebeo cinematográfico al cien por cien. Una serie B revestida de gran cine. Se nota su poco presupuesto y Raimi no lo intenta disimular en absoluto. Al contrario, aprovecha para llenar la película de cantarinas transparencias al más puro estilo Hitchcock y, de manera inteligente, le otorga ciertos paralelismo con Vértigo: desde la banda sonora de Danny Elfman (cercana a las sonoridad de Bernard Herrmann) hasta la historia del muerto no muerto.

Un joven y correcto Liam Neeson (tres años antes de convertirse en Schlindler) da vida al atormentado Peyton Westlake, mientras que Frances McDormand (perfecta como siempre) se coloca en la piel de la entristecida novia de éste. Ya se sabe: todo queda en familia. Los hermanos Coen y Raimi han ido juntos de la mano en muchos proyectos. Y como en Darkman no constaba la presencia de estos por ninguna parte, le cedieron a la esposa de uno de ellos, al tiempo que (hablando de amistades eternas) le regaló un cameo de lujo a Bruce Campbell, su actor fetiche y uno de los mejores descubrimientos de su ópera prima, Posesión Infernal.

Un entretenimiento maravilloso. Poco presupuesto, mucha imaginación y una estética impagable. Y que, por atreverse con todo, incluso aprovecha para satirizar al entrañable Hombre de Hojalata de El Mago de Oz.

Me quedo con este Raimi más sencillo que con la ampulosidad de sus multimillonarios Spidermans. Aunque, la verdad, a éstos tampoco hay que hacerles ascos.

29.11.05

El exorcista

Hay cierto tipo de películas que se me atraviesan por completo. Y El Exorcismo de Emily Rose es una de ellas, de las que venden como basadas en hechos verídicos y todo cuanto ocurre suena a falso e improbabl. Eso me pone de los nervios. No negaré que tengo cierta facilidad para ponerme de los nervios. Y más cuando, en la misma cinta, te intentan colar gato por liebre. Sobre todo en su última parte, en la que incluso aparece la mismísima Virgen María. Les cuento.

La historia narra una causa judicial, la que se siguió contra un sacerdote que, tras practicarle un exorcismo a una joven, acabó causándole la muerte a ésta. ¿Negligencia? La abogada defensora del caso es una mujer agnóstica y con varios triunfos seguidos en su haber. La fiscalía, como acusación, cuenta con un letrado creyente pero duro en sus planteamientos.

La premisa promete, aunque (sin conocer los sucesos reales) es fácil oler por donde andarán los tiros. Y más teniendo en cuenta la moral norteamericana de los últimos tiempos. Poco a poco, el film, de manera sutil (y con la ayuda de un poco de vaselina) intenta metértela. E, inevitablemente, la agnóstica se planteará la existencia real de demonios y ángeles. Y, en consecuencia, de Dios. Dios existe es la clara y única consigna del producto. Y eso, la verdad, cansa.

Una lástima, pues en su primera parte la cinta funciona de manera correcta. Su inicio es impactante y crudo. Los primeros encuentros entre la abogada (una envejecida y un tanto sobreactuada Laura Linney) y el sacerdote (Tom Wilkinson, innegablemente lo mejor del producto) resultan interesantes, al igual que muchos de los fragmentos que transcurren en la sala del tribunal. Pero la cosa empieza a torcerse por culpa de ese abuso en la utilización constante de flash-backs para contar lo acontecido a la difunta Emily Rose. A veces lo hace de manera falsa, mostrando ciertos aspectos imposibles de haber sido observados por los narradores de los mismos. Pero su realizador, un tal Scott Derrickson, da por supuesto que el espectador es bobo y cae fácilmente en el engaño.

Las escenas del exorcismo son curiosas, tienen fuerza. Pero cuando éste se muestra, ya se ha perdido todo el interés por lo que ocurre en pantalla. O, al menos, en mí caso, ya no me creía nada de nada. La religión me sobraba por todas partes y, por otra parte, tenía claras las pretensiones reales del film.

En cierto modo, he salido del cine con la impresión de haber visto un panfleto religioso en toda regla. Una película de Semana Santa enmascarada de cine fantástico. En cuatro días, Antena 3, el canal especializado en películas basadas en casos reales, la proyecta un sábado en la sobremesa.

28.11.05

La quimera del euro

Desde ayer, Barcelona parece un estado policial. No hay esquina en la que no anden apostados un número indeterminado de uniformes. Mossos d’esquadra y Policía Municipal velan por los de arriba; a los de abajo, mientras, que les den pol culo. O sea, calles cortadas y grandes embotellamientos para que un abultado grupo de importantes se dediquen a debatir sobre la nueva moneda europea. Al evento le han puesto el nombre de La Cimera de l’Euro. El puto euro. Esa moneda que sólo hace más rico al rico y acaba de hundir en la miseria al más pobre.

En cuatro días, como estos personajillos poderosos y malintencionados sigan jugando con nosotros, veo alimentándome como el gran Charles Chaplin.

Mañana vuelvo con más cine.

25.11.05

No hay dos sin tres


Eduard Punset (abogado y economista) y Art Garfunkel (cantante)
¿Cortados por el mismo patrón?


Por lo tanto... ¿Simon & Garpunset?

24.11.05

Magic

Hoy no va de cine. Hay cosas que están por encima del Séptimo Arte. A veces, salen a la luz pública documentos históricos impagables que merece la pena dar a conocer.

En este blog, en más de una ocasión y por motivos diversos, se ha hablado de ventrílocuos y de sus muñecos. Un mundo extraño y a la vez fascinante. ¿Dónde empieza la personalidad propia del muñeco y termina la de su amo?

Si abren del todo esa entornada caja fuerte de abajo, conocerán uno de los secretos más custodiados en la historia de España por la Casa Real. Una espeluznante fotografía les demostrará que el padre de nuestro Rey, el Conde de Barcelona, Don Juan de Borbón, era ventrílocuo. ¿Por qué se nos ha escondido esa evidencia durante tantos años? ¿Una cuestión de vergüenza? Podría ser. Yo, en el caso de tener un padre ventrílocuo, también lo hubiera mantenido oculto a la opinión pública. Y mucho más exhibiéndose con un muñeco tan extraño como el suyo; un muñeco que parece salido directamente de El Pueblo de los Malditos.

No me van a negar que esta exclusiva pone los pelos de punta al más pintado.

23.11.05

La Monjita Muerta (Sor Siesta)

Pues nada. Que he visto La Monja, el debut como realizador de Luis de la Madrid, uno los montadores cinematográficos habituales del fantástico español (vía Fílmax) de los últimos años. Bueno..., lo de ver es un decir.

Seré breve.

Ambientes y atmósferas típicas del cine de Balagueró (de hecho se trataba de un proyecto que tendría que haber dirigido él). Argumento parecido a Sé Lo Que Hicisteis el Último Verano y similares, pero con monja espectral y acuosa con ganas de vengar su muerte. Sin trempera y sin guión. Muchos efectos especiales y poca chicha. No hay historia que la sostenga, ni actores que se puedan soportar. Está claro que al tándem Julio Fernández y Brian Yuzna les encanta hacer el fantasma.

En realidad, he aguantado veinte minutos escasos de película. Más que suficiente. No ha sido necesario salir de la proyección. Ha sido cuestión de apalancarme lo más cómodo posible en la butaca y echar una cabezadita. A veces el cine, aparte de distracción, también aporta placenteros momentos de sueño. Y La Monja es un buen ejemplo de ello. Les aseguro que jamás pienso perder el tiempo en rescatar el resto del metraje.

Voy a por mi medicación.

22.11.05

Las Hermanas Gilda

No deja de ser curioso ver como un prestigioso cineasta como Curtis Hanson, en los últimos años y al estilo de los grandes artesanos de antaño, ha decidido pasearse por todo tipo de registros narrativos y géneros. Con mayor o menor fortuna, pero siempre con un toque personal y dándole una importancia mayúscula a sus guiones. A estas alturas, pocos podrán negar que la adaptación cinematográfica de L.A. Confidential es de una brillantez prodigiosa.

Ahora regresa de nuevo a las pantallas a través de una comedia con toques melodramáticos. En Sus Zapatos es su título. Un título que, por otra parte, hace referencia al único paralelismo existente entre dos hermanas totalmente distintas. Rose Feller trabaja como abogada en un notorio bufete de Philadelphia, mientras que Maggie Feller la menor, vive de sus numerosas conquistas masculinas. La primera es inteligente y no muy atractiva, mientras que la segunda subsiste a base de explotar su sensualidad en todos los sentidos. El único detalle que las une es que ambas calzan el mismo pie.

La película no es nada del otro mundo. Es más de lo mismo. En esta ocasión, Curtis Hanson no cuenta nada nuevo que otros no hayan explicado antes de manera similar. Entre este título y, por ejemplo, La Fuerza del Cariño hay muy poca distancia. Quizás el de James L. Brooks sea mucho más lacrimógeno y tramposo que éste, pero ambos están ligados por el mismo número de calzado: Shirley MacLaine; un calzado espléndido, de gala. A los 72 años la mujer aún está en plena forma, tanto física como interpretativamente hablando. A lo mejor (por lo que malas lenguas cuentan) la sesera se le haya ido un poco pero, en este caso, cada vez que aparece en pantalla, dando vida a la abuela materna de las protagonistas, se come a todo aquel que se coloca a su lado.

Si en La Fuerza del Cariño se narraba el enfrentamiento entre una madre y una hija, en En Sus Zapatos las divergencias familiares surgen entre dos hermanas. Sus caracteres chocan cada dos por tres. Rose (una más que sobresaliente Toni Collette) adopta, para con su hermana Maggie, el papel de la madre que perdieron de jovencitas. Y ésta (la Cameron, haciendo de nuevo de Cameron Diaz), opta por el papel de inconformista y gamberra. Lo dicho antes: lo mismo de siempre. Enfrentamientos familiares y, por detrás, el acecho de un oscuro pasaje del pasado que marcó a las dos en su infancia. Una abuela, viuda y desconocida para ambas, será su mejor terapia.

A pesar de los tópicos y las pocas sorpresas que ofrece (incluso hay un toque a lo La Boda de Muriel), se trata de un trabajo eficiente. La prueba está en que sobrepasa las dos horas y no llega a cansar. Y eso tiene su mérito. Su primera parte, a ritmo de comedia, funciona mucho mejor que el resto, en donde En Sus Zapatos se decanta de manera peligrosa hacia la melaza, aunque jamás llega a empachar. Poco le falta para ello, pero el realizador (gato viejo y con experiencia) evita caer en la lágrima fácil y sortea con agudeza ciertos momentos peliagudos. No querría imaginarme la misma historia en manos de algunos directores acaramelados.

Detrás, escondidos en la producción, están los hermanos Scott (Tony y Ridley) ¿Acaso calzan el mismo pie? ¿Habrá significado, este film, una terapia para ellos?

Definitivamente me quedo con el Curtis Hanson de L.A. Confidential, Jóvenes Prodigiosos o Falso Testigo. Aunque también les digo que ojalá, la mayoría de películas actuales, tuvieran la formalidad narrativa y de realización de ésta.

Por cierto... ¡qué buena sigue estando la Cameron!

21.11.05

Haga usted su propia película de Jim Jarmusch

No piensen que éste es un nuevo post en busca de provocación. Ni mucho menos. Tan sólo se debe a alguna que otra petición, realizada por algunos de ustedes, a raíz de mi humilde y sincera crítica de Flores Rotas. Nada más simple. No le buscan tres pies al gato que, al final, acabará saliendo Ionesco. Ya saben: soy un ser modesto que tan sólo intenta cumplir la mayoría de sugerencias suyas. No vayan a tildarme de camorrista. No es esa mi intención. Lo aseguro ante el mismísimo Tutatis.

¿Quiere hacer su propia película de Jim Jarmusch? Si éste no es su objetivo principal en la vida, deje de leer ipso facto este escrito, pues para usted no se tratará más que de una tonta pérdida de tiempo. Si, por el contrario, está dispuesto a convertirse en un perfecto émulo de Jarmusch, siga los siguientes consejos:

1) Antes de empezar a rodar, deje patente su aspecto personal. Éste debe dar una imagen transgresora que indique, a través de su postura y ademanes, un inconformismo absoluto con todo lo que le rodea. Al mismo tiempo ha de dar la impresión de ser un tipo un tanto andrógino. O sea, un es o no es. Deje que los demás duden de su verdadera sexualidad. Eso siempre viste y llama la atención de los cinéfilos con más inquietudes.

2) Tìñase el pelo de un rubio platino exagerado o, en su defecto, pínteselo de color amarillo. Déjese el penacho frontal muy tupido y amplio, como si se tratara de El Pájaro Loco en persona. En definitiva, su físico ha de resultar una mezcla explosiva entre el citado Woody Woodpecker, el Sting de la época de The Police y el David Bowie amanerado de los primeros años. En definitiva, un punk vestido por Armani.

3) Piense en un argumento en el que se barajen, sea como sea, los siguientes conceptos:

- Un barrio marginal.
- Muchos personajes igualmente marginados, entre los que se encuentren un acordeonista callejero y un trilero.
- Obligue a sus protagonistas a consumir todo tipo de estupefacientes, como si se tratara de la cosa más normal del mundo
- La mayoría de personajes han de estar en el paro, vivir de la delincuencia o tener un empleo poco habitual o ilegal (cazarecompensas, propietarios de saunas o botones de hotel son totalmente válidos)

4) Haga muchas referencias al mundo del rock, el punk y el rockabilly.

5) Aunque no venga a cuento, busque la excusa para colocar alguna que otra cita sobre Elvis Presley.

6) Contrate, como principal protagonista de su película, a un actor con pinta de andrajoso y al que posiblemente le huela el aliento. Tom Waits o Bill Murray son un buen ejemplo de ello.

7) El co-protagonista ha de ser, igualmente, un tipo sucio y con pinta de haber dormido durante un mes seguido en una pocilga o estercolero. A ser posible, pille a algún actor italiano graciosillo, desgarbado y delgaducho. Sin lugar a dudas, con el paso de los años, habrá potenciado al estrellato al tipo más inútil de este planeta. El papel de este actor ha de ser el del comparsa memo y bromista. Un botarate total, vaya.

8) Durante más de quince minutos seguidos, aposente a la mayor parte de actores ante una mesa redonda. Ésta ha de estar situada en un café un tanto destartalado y caduco, lleno de humo y en exceso ruidoso. Para dar sensación de realismo haga que hablen sobre temas tan interesantes como la muerte de Elvis, el cultivo de marihuana, el proceso de enlatación de las sardinas o la vida de los emigrantes polacos en Estados Unidos y Andorra.

9) Otorgue a los diálogos cierto toque filosófico (por muy estúpidos que estos sean). Le aseguro que algún que otro espectador reirá de manera ostentosa para demostrar, al resto, que él es el único inteligente de la platea y que, sin esfuerzo alguno, pilla su particular sentido del humor.

10) Sus protagonistas principales han de referirse a la muerte y a la vida de manera abstracta. Cuanto más fantasmas sean estos personajes, mayores alabanzas obtendrá por parte de los críticos más sesudos

11) Filme sin prisas, con muchas pausas. No le otorgue ningún tipo de ritmo a su narración. Cuanto más se cuelgue con la cámara, más seguidores conseguirá.

12) Realice un western, un thriller o un melodrama existencialista, piense en hacerlo siempre de la misma manera. El género es lo de menos. En todo momento ha de aparentar ser muy transgresor con todos los géneros habidos y por haber. Para usted no han de existir los cánones. Se trata, ante todo, de desorientar al público. ¿Drama, comedia, intriga? Sorpréndales. Pero abúrrales siempre. Con esta indispensable premisa, un pequeño grupo selecto siempre le mantendrá el respeto.

Y por último, sea único a la hora de titular sus películas: Caballo de Feria, Bicicletas y rodillos, Seis Minutos con Sebastian o Mi Mono Amedio y Yo son ciertamente prometedores. Y, ante todo, cuando acuda a un acto público, no se olvide jamás de cuidar su estrafalario aspecto personal. Eso es lo más importante de todo. Filme con el culo o haga grandes boñigas, su imagen siempre será el sello personal. Su presencia ha de impactar. Recuerde que algunos tan sólo seguirán teniéndolo en el pedestal gracias a su pinta de niñato gamberro y ambiguo.

20.11.05

Ustedes lo han querido: PERSONA

Bueno, bueno, bueno, bueno... No hace ni cinco minutos que he desconectado el DVD. Acabo de tragarme, enterita, de cabo a rabo, Persona. ¡Ufffffffff! Estoy tentado de cambiar el nombre de esta sección por el de Ustedes son unos Perversos. ¿Qué daño les he hecho?, ¿por qué me obligan a ver Persona?

Ingmar Bergman, para muchos, será una vaca sagrada, el súmmum del Séptimo Arte, el gurú de la progresía, el no va más de la creatividad... Todo lo que quieran pero, sinceramente, para mí, es un farsante de mucho cuidado. Todos esos falsos simbolismos que vuelca en 80 interminables minutos es pura pantomima. Ganas de epatar y conseguir que algunos salgan de rodillas del cine alabándo a su AUTOR... (“autor”... palabra que se les hace agua en la boca, a sus seguidores más acérrimos, cuando hablan del ¿maestro?).

Persona. Su inicio ya es tremendo. Es de esos de “agárrate que vienen curvas”. Imágenes rápidas, insertadas una detrás de otra. De todo tipo. Y sin relación alguna entre ellas. Que el espectador se esfuerce en interpretarlas. Por algo se trata de Bergman. Un cordero degollado, sangrante; una bombilla de un proyector cinematográfico; una polla dura, erecta y peluda y un tipo ardiendo a lo bonzo. Música minimalista de fondo, de esas de golpe de teclas de piano desafinado y violines desencajados y fuera de ritmo, muy descompasado. ¡El no va más de la progresía babea con el inicio! Y, como remate, antes de empezar a hilvanar la historia, muestra el rostro y el cuerpo de tres difuntos en un depósito de cadáveres: una especie de Chus Lampreave, Phil Collins con 20 años más y, por último, un impúber feúcho y esquelético que, sin venir a cuento, cobra vida, se coloca unas gafas y se convierte en el niño Harry Potter con un toque femenino a lo Consellera Tura (esa de la Generalitat que, en cada telediario de TV3, sale en tres o cuatro noticias diferentes).

A partir de aquí, y tras unos créditos acelerados difíciles de leer (entre otras cosas porque están en sueco), el director está ya dispuesto a todo. Para romper con la rapidez inusual de sus créditos, el tío cambia de ritmo. Todo es muy lento, no sea que el espectador derrape y se lastime. Frío y aséptico, como siempre, muy desinfectadito. Y entra (en teoría) en materia. Y en esa “materia” (fíjense bien en las comillas) no hay más que dos mujeres, porque la peli es como La Huella, pero en peñazo, aburrida, pedante y sin el Olivier y el Caine. Vaya, tela marinera al canto.

Una de ella es una actriz, encerrada en un centro psiquiátrico desde hace tres meses: durante una representación de Electra le entró el yuyu, se olvidó de sus diálogos, se puso a reír y enmudeció. La otra es una enfermera, dispuesta y pizpireta, convencida de que con sus palabras y cariños sanará a la actriz y le devolverá su personalidad y el don de la palabra. Para que pueda llegar a ese punto, la directora del loquero, les cederá a las dos un monísimo chalet a orillas del mar.

La actriz es Liv Ullman, en el papel más descansado de su filmografía. Cuatro palabras, como máximo, en todo el metraje. Más esfuerzo que Harpo Marx, eso sí. La otra es Bibi Andersson, una cotorra, habla por los codos con el fin de curar a la mudita traumatizada. Mientras, ésta, la muda, la escucha, sonríe y mira al vacío. Bueno... al vacío miran mucho, las dos, aprovechando los momentos en que la Andersson cierra el pico. Miran por la ventana, se miran de frente, de soslayo, miran al horizonte. Y cada vez que “miran”, el Bergman se cuelga en interminables primeros planos de ambas mujeres. Y en esos puntos muertos, el músico minimalista (de los cojones) aprovecha para atronar con sus atonalidades.

A veces parece más loca la enfermerita que la Harpo. Pero a las dos les falta algún tornillo, eso seguro. La Andersson confiesa, a su modo, que es una calentorra y la Ullman (muda, pero no sorda ni tonta) lo pilla al vuelo y empieza a tirarle los tejos. El lesbianismo está servido, aunque de manera muy sutil, para no calentar a la platea. Con luz tenue, las chicas se soban un poco y se funde la fotografía.

Pronto aparecerá el mal rollo entre las dos. La Andersson quiere convertirse en la Ullman. Y, en parte, lo consigue. No del todo, pues la tía no calla ni a tiros. Y, claro, la otra se hace la muda (o la sueca)... La cotorra vuelve a largar sin parar. A veces, incluso se calla. Y entonces, ¡cómo no!, se miran. Un poco más. De soslayo, de frente, de pie, tumbadas, en la playa, en el salón... Y el minimalista dale de nuevo con el piano, los violines y el bombo.

¿Lesbianismo? ¿Vampirismo? ¿Menopausia? Todo puede ser. Es cuestión de comprarse unas gafas de pasta, dejarse una barba a lo Kubrick y fumar en pipa. Con ese uniforme es la única manera de entender las claves de Bergman.

Y la película sigue igual. No cambia de derroteros. Una charla; la otra calla y escucha, a veces observa unas setas. Y ambas vuelven a mirar. ¿Se tratará de una alegoría sobre la miopía? Podría ser. De golpe y porrazo, repite una escena de 5 minutos. La escena clave que desvelará la verdad de Persona, pues tras ella se esconde el misterio del film. Bergman demuestra ser consciente de que su cine es soporífero y, cuando vuelca su momento cumbre, al instante ha de repetirlo íntegramente (aunque filmado desde un ángulo distinto) por si alguien se ha dormido en el primer intento.

Y el tío se queda tan ancho. Alarga la cosa unos cuantos minutos más. Hace que se remiren de nuevo y, cuando le pasa por los huevos, cierra la película a lo brusco. Ovaciones, corte de oreja, de rabo y vuelta al ruedo.

Muchos, para tomar el pelo, deberían haber sido barberos antes que cineastas.

Por cierto... el Collins y la Lampreave, ¿qué coño pintan? Lo del Harry Potter-Tura lo aclara. No mucho, pero más o menos (sin llevar gafas de pasta) lo pillas.

Nota al margen: este es un post escrito con la sana intención de ampliar mi círculo de amistades.

18.11.05

Sólo se trata de una cuestión de respeto...

Ayer fui, como muchos días, a los Yelmo Cineplex Icaria de Barcelona. Se trata de un complejo cinematográfico, con 15 pantallas, situado en la Villa Olímpica de la ciudad, al lado mismo del mar. Es muy loable la intención de los responsables de esos cines ya que, en todas sus salas, se exhiben las películas en versión original subtitulada Y eso siempre es muy de agradecer por todos aquellos que amamos el Séptimo Arte.

El problema estriba en que, por ejemplo, durante el pase de El Jardinero Fiel, como espectador, me sentí timado. Es más, vilipendiado. Y es que es una vergüenza que, en el caso de un film de estreno como éste, se proyecte una copia casi tercermundista: totalmente rayada y con su banda sonora llena de molestos ruiditos. Ni el peor de los cines de barrio de antaño se veían copias en ese estado.

Al público se le debe un respeto. Y mucho más cuando paga un dinero para ver una película en perfectas condiciones, tanto sonoras como visuales. Y es que, precisamente, en los Yelmo pocas veces han tenido esa consideración. Cuando no se trata de una copia defectuosa como la de ayer, acostumbran a proyectar la mayoría de sus películas exageradamente desenfocadas.

No me extraña que, al final, muchos opten por no ir al cine y esperen a bajarse según que títulos a través de la Mula o a alquilar el DVD, unos meses después, en el vídeo-club de la esquina.

A veces, quienes más maltratan el cine son los que deberían tenerle mucho más respeto y cariño. Y, de manera curiosa, después son los mismos que se quejan de la poca afluencia de público en algunas de sus salas.
Ellos solitos se lo buscan. Repito: una vergüenza.

17.11.05

El inglés paciente

Ciudad de Dios supuso el reconocimiento internacional del director brasileño Fernando Meirelles. Un reconocimiento que le condujo hasta las últimas nominaciones al Oscar. Ahora el hombre regresa a las pantallas, amparado por capital ingles, con un film ciertamente interesante. Se trata de El Jardinero Fiel, una brillante adaptación de la novela de John Le Carré.

El continente africano es el enclave ideal para utilizar conejillos de indias. La excusa es el SIDA y un novedoso fármaco para experimentar con los portadores del virus, a pesar de que la nueva droga esté fabricada con la intención de paliar otro tipo de enfermedades. Cientos de humanos sufrirán las contraindicaciones del medicamento. Y ello se plasma de manera espeluznante en El Jardinero Fiel. Los intereses económicos siempre están por encima de las personas. Y más si éstas están enfermas y son de color.

La cinta funciona a dos niveles diferentes. Por una parte asistimos a una bella historia de amor, la que mantienen un diplomático británico con una joven e impulsiva idealista y, por otra, a una intriga política, en forma de thriller y de narración perfecta.

Siguiendo la tónica de las cintas de denuncia que en su día popularizó Costa-Gavras, Meirelles entra a saco contra la hipocresía de la industria farmacéutica y de ciertos políticos que amparan sus desmanes. Y, en sus dos aspectos, la cinta funciona de maravilla. El realizador dosifica ambas partes, juega con numerosos flash-backs (siempre bien insertados) y se apoya en el constante cambio de tonalidades de color, en su fotografía, para situar temporalmente al espectador en sus distintos pasajes.

Da la misma importancia a la parte romántica que a la intriga. El director no se decanta por ninguna de ellas. La preferencia real del cineasta está en el complemento de ambas. Sin una no existiría la otra. La historia de amor que viven sus dos protagonistas entrará a formar parte directa del puzzle que unirá todas las piezas sueltas que se han ido desvelando a lo largo del metraje. Y una vez completado el rompecabezas, consigue dar un sentido único a uno de los finales más tristes (y al mismo tiempo hermoso) del cine actual.

Incluso Ralph Fiennes, por primera vez en bastante tiempo (desde Spider), compone un personaje magnético y creíble -un ser humano con sentimientos y temores-, el del jardinero al que da título la película: Justin Quayle, un diplomático entregado a su trabajo, amante de la jardinería y totalmente fiel a su esposa (una excelente Rachel Weisz).

Un producto valiente y compacto, con muy pocas concesiones a la taquilla. Comprometido, emotivo y crudo. De esos que, al salir del cine, hacen que nos cuestionemos el mundo en el que vivimos y el asqueroso afán de algunos por convertirlo en algo mucho peor de lo que es. Y, a mi parecer, un film mucho más maduro e inteligente que su anterior trabajo, Ciudad De Dios, otro título también interesante aunque en exceso desmesurado en ciertos aspectos.

16.11.05

¿... pero qué culpa tiene Spaulding?

No vi la primera entrega, pero después de sufrir su nefasta secuela, Los Renegados del Diablo, les puedo asegurar que tardaré años en enfrentarme a La Casa de los 1000 Cadáveres.

Rob Zombie es su realizador, el que ya se encargara del título original. O lo que es lo mismo, Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. Director, guionista, productor y responsable de la banda sonora del engendro. De hecho, su oficio natural es el de músico (aunque, en su caso, lo de la palabra músico sea mucho decir). Y, claro, con esas pretensiones de yo puedo con todo, sale lo que sale. O sea, una película con forma de zurullo. Y de zurullo inmenso, gigantesco.

No hay historia alguna. Con la excusa de retomar a los supervivientes de una familia de cruentos asesinos sanguinarios (aquellos que dieron título al film anterior), el tal Zombie se monta un festival de disparos y toques gores de lo más innecesario. Repesca al jefe del clan, un perverso y obsceno payaso que atiende, de manera vergonzosa, por el nombre de Capitán Spaulding. Otros apodos, para distintos miembros de esa banda, sacados de los personajes interpretados por Groucho, sirven para insertar en su metraje un lastimoso y forzado guiño al cine de los hermanos Marx. De puta pena, la verdad.

Violencia por violencia. Sin más. Sangre y más sangre. Numerosos diálogos para besugos. Disparos. Cerebros desparramados. No hay lógica alguna en su narración. La inteligencia brilla por su ausencia. Ni siquiera un mínimo detalle de credibilidad. Siete balazos en el cuerpo del mentecato Spaulding no son suficientes para acabar con su vida. Lamentable. Ahora me matas, ahora me levanto ¡Zombie tenía que llamarse el tipo!

Y como acompañamiento sonoro a tanto despropósito descarnado y virulento, una atronadora y molesta música envuelve a sus imágenes. Es posible que me haga viejo a marchas forzadas, no lo niego. O, en el peor de los casos, puede que esté transformándome en una ave de corral, pues la tos, el cansancio y las rápidas visitas al lavabo continúan. La cuestión es que, como aún no me han salido alas y plumas, supongo que sigo en mis cabales. Y que esto de Los Renegados del Diablo, para mí, no es cine ni es nada. Nada de nada. Pura bazofia.

Un mero circo, sin pies ni cabeza y con demasiados payasos. Y, para más desgracia, con un inacabable y ralentizado final (de juzgado de guardia) a modo de homenaje a Dos Hombres y Un Destino. Eso sí que era cine.

Les aseguro que nunca hubiera jurado que algún día acabaría cagándome (con perdón) en Spaulding. Me voy a poner el termómetro y a tomarme la medicación.

15.11.05

Psicosis

Mocos. Tos. Estornudos; muchos; demasiados. El cuerpo dolorido. La cabeza espesa. Rápidos viajes al lavabo para evacuar. Más tos. Mucosidad excesiva. Ojos enrojecidos. Dolor de cabeza. Un peso en el pecho. Un poco más de tos. Otra visita al excusado. Cinco estornudos más. Más de veinticuatro horas seguidas con la impresión de haber recibido una paliza en un oscuro callejón.

¿Resfriado? ¿Gripe? ¿Catarro? Cada media hora me coloco desnudo ante el espejo. Temo lo peor. Pero no, por ahora no hay peligro. No hay ninguna señal de alarma. Aún no me han salido plumas ni alitas.

¿Qué ocurrirá cuando, a medianoche, tenga que levantarme de la cama para poner un huevo?

En este estado es muy difícil escribir algo coherente. Mañana será otro día, a no ser que me hayan internado en un gallinero.

14.11.05

La otra jungla

El cine de acción es ciertamente conflictivo, peliagudo, pues se trata de un género en el que se da cabida a todo tipo de productos, en los que los efectos especiales y el afán de rizar el rizo sin motivo aparente, acaban convirtiéndose en los únicos protagonistas de los mismos. Pocos son los títulos, en los últimos años, que han sabido alternar un guión mínimamente atractivo con la espectacularidad demandada por el público menos exigente. Cintas como Jungla de Cristal o la primera Arma Letal son aves raris difíciles de encontrar. Y ambas, cada una en su estilo, conjugan una historia interesante con una trepidante dosis (bien dosificada) de acción, intriga y aventura.

Lo que voy a decir a continuación podría parecer a algunos un poco pedante e incluso elitista, pero tanto uno como el otro de los films citados se han convertido en títulos emblemáticos por un motivo muy concreto: ambos han llegado a contentar a todo tipo de espectadores, desde los cinéfilo más recalcitrantes hasta aquellos que no saben apreciar la diferencia entre cualquiera de los dos y uno de Steven Seagal. Y es que, en el fondo, resulta muy difícil hacer un buen producto de género sin caer en la ridiculez o la exageración.

Hostage, el último film de acción protagonizado por Bruce Willis, no es precisamente un film redondo aunque, a pesar de sus límites y errores, resulte una cinta digna y entretenida que se sitúa bastante por encima del nivel actual de este tipo de productos. Rompe con ciertos cánones, como el atreverse a acabar con la vida de un niño en los primeros minutos de proyección, un hecho no muy bien visto en el moderado Hollywood de una década en la que todos andan con pies de plomo ante ciertos temas y matices.

El planteamiento argumental de Hostage es típico y tópico, pero resultón; tiene empaque. Un secuestro un tanto desorbitado y pésimamente planificado, un policía con ganas de superar un trauma personal y un grupo mafioso involucrado casualmente en la trama, son los tres puntos que conforman la historia. Las sorpresas son mínimas, pero todo acontece de manera natural, a pesar de alguna que otra salida de tono un tanto imposible pero perdonable.

Bruce Willis juega bien su cometido. Al igual que la película, su interpretación tampoco ofrece nada nuevo ni sorprende en absoluto, pues el hombre está ya tan acostumbrado a este estereotipo de héroes de acción (poli duro e insatisfecho) que salva la papeleta con muy poco esfuerzo aunque de manera solvente. Y es que el tipo, a pesar de todo, sigue dando el pego en estos papeles. La verdad es que, en la actualidad, no hay nadie como él para dar vida a ciertos personajes.

Los guiños a Jungla de Cristal son inevitables, pero tienen su gracia. Jeff Talley, un ex negociador de la policía de Los Angeles reconvertido en marshall rural, se encuentra en el exterior de la casa en la que toda una familia ha sido retenida por tres violentos individuos. Ese hombre, encarnado por Willis, será quien deba sacarlos de allí con vida, al contrario de lo que le ocurrió en el celebrado film de John McTiernan. Desde el interior de la casa, un niño será quien acabe adoptando el rol de John McLane, el detective atrapado y solitario de la Jungla, pues éste, a escondidas de sus raptores, conseguirá comunicarse con el móvil del policía. Lástima, de todas maneras, que el joven actor protagonista resulte un tanto repelente e insoportable... Ya lo decía Hitchcock: ni perros, ni niños, ni Charles Laughton...

El resto es lo de siempre. Ciertos momentos recuerdan a otro interesante thriller, La Habitación del Pánico, a pesar de que su estructura sea mucho más simple y formal que ésta. El estilismo y la característica concepción de la imagen que tiene el cine de David Fincher no se encuentra, ni por asomo, en la manera de filmar de Florent Emilio Siri, a pesar de que en Hostage no le haga ningún tipo de ascos a la manera de afrontar la violencia. Ésta se muestra, en varias ocasiones, de manera seca y brutal, sin muchas concesiones.

Una pena, de todos modos, que el final sea tan acomodaticio y previsible. Es lo que hay y, en parte, lo que el público espera. Y el tal Siri lo ha servido de la mejor manera posible, sin extralimitarse demasiado en su narración y consiguiendo un producto mínimamente entretenido y formal. Y eso, a pesar de los pesares, siempre es un punto a tener en cuenta. Personalmente no me esperaba más del film. No me aburrí. Y eso, en este género, ya es mucho.

Más sobre DÍAS DE VINO Y ROSAS

Corrían los años 60. Para ser más exactos, era el invierno del 64. Un invierno frío y gris, como todos los de esa España encallada en el oscurantismo y los malos rollos. Yo tendría, por aquel entonces, 6 añitos recién cumplidos. El cine ya empezaba a apasionarme, sobre todo los Disneys, como a cualquier infante a temprana edad.

Mi madre, una mujer de 35 años en esa época, estaba cansada de andar todo el día por casa cargando con un enano revoltoso. Las tardes, para ambos, se hacían interminables pues, en esa década, sacar un matrimonio con un hijo pequeño adelante no era moco de pavo, por lo que mi padre llegaba tarde a casa para ganarse cuatro perras más en un mísero pluriempleo.

La solución, para entretenernos los dos (o sea, mi madre y su diablillo canijo), se encontraba en un cine cercano a nuestro domicilio. Se trataba del Río, un salón, hoy ya desaparecido, de los que llamaban de reestreno preferente. Allí, ambos pasábamos largas horas viendo películas, normalmente comedias o de animación.

Una tarde de esas, la buena mujer vio que en esa sala proyectaban una película de Jack Lemmon, Días de Vino y Rosas, un actor que en esos tiempos estaba encasillado en todo tipo de comedias. Ella, pensando que se trataba de un film distendido y, al mismo tiempo, ignorante de que en realidad era un crudo melodrama sobre el alcoholismo, decidió llevarme a uno de sus pases.

Dicho y hecho. Fuimos al cine. Días de Vino y Rosas me aturdió. Para mí se convirtió en una cinta que quedó grabada en mi mente durante largos años, pues cuando la volví a ver en televisión, mucho tiempo después, aún recordaba ciertos pasajes de la misma.

Ese tenso drama, en el que un matrimonio -con una hija pequeña- se veía destrozado por culpa de la afición desmesurada al alcohol, impactó profundamente en un pequeñajo de seis años como yo. Vaya, que entendí perfectamente la situación por la que pasaban en el film Jack Lemmon y Lee Remick. Las lágrimas caían por mis mejillas, mientras mi madre sufría en silencio pensando que no tendría que haberme llevado jamás a ver una película con ese contenido.

Con el The End se encendieron las luces de la sala. Mis lágrimas ya iban acompañadas de bramidos irreprimibles. Mi desesperación era tan grande que gemía y lloraba a moco tendido. Me imaginaba una situación similar en casa y me atemorizaba. Y, a grito pelado, cogido fuertemente a la mano de mi madre, empecé a implorarle “¡Mama, no beguis mai!, ¡Mama, tu no beguis mai” (mama no bebas nunca). Mi consternación era cada vez mayor, con lo que mis berridos fueron subiendo de tono. Mi madre, desolada viendo a su pequeño en ese estado de nerviosismo, al tiempo que intentaba inútilmente consolarme, empezó a sentir vergüenza al pensar que muchos de los allí presentes pudieran pensar que se trataba de una borracha empedernida. “Nen , no ploris, que la mama i el papa no beuen. Això és una pel·lícula” (niño no llores, que ni mamá ni papá bebemos; esto es sólo una película). Y yo, a pesar de sus palabras, seguía sintiéndome cada vez más desolado, pues pensaba en una posible situación similar en el seno de mi familia. Una mujer, un tanto cabreada, se acercó a nosotros. “¿Cómo se le ocurre llevar a una criaturita así a ver una película como ésta?”. Continué berreando durante largo rato y no me calmé hasta que regresamos a casa.

Quizás se trató, por mi parte, del descubrimiento -por vez primera- de que el mundo en que nos ha tocado vivir no es ninguna tontería; que la cosa iba en serio. Por suerte, jamás tuve que vivir nada similar al film de Blake Edwards en mi casa. Por mucho Jack Lemmon que saliera, está claro que no se trataba de una comedia. Un disgusto mío y un error de mi madre hicieron, de todas maneras, que, a partir de ese momento, empezara a apreciar mucho más el cine. Dicen que no hay mal que por bien no venga. Pues eso.

Justo hoy, ella cumple 75 años. El otro día la convencí para que se hiciera una foto conmigo rememorando ese extraño (y al mismo tiempo encantador) episodio de mi infancia. Aquí abajo tienen el resultado.

Gracias a Blake Edwards por ese inolvidable título. I, felicitats, mare, en el dia del teu aniversari.

11.11.05

Alea Jacta Est

Match Point, es el nuevo título de Woody Allen; ese título que muchos aseguran, de manera equívoca, ser totalmente distinto a toda la filmografía del realizador. Nada más falso que esa afirmación pues, nos guste o no, sigue teniendo todas las constantes de su cine. Hay variaciones. Mínimas, pero las hay. Y esos pequeños cambios se encuentran, ante todo, en su ambientación geográfica. Nueva York se convierte en Londres. Y la jet set neoyorquina deja paso a la aristocracia británica. Casi todo el resto sigue siendo lo mismo de siempre, a excepción de su brillante parte final.

Match Point tiene un poco de Hanna y Sus Hermanas y un mucho de Delitos y Faltas. De la primera recoge las relaciones familiares, con infidelidades y engaños entre los miembros de las mismas. De Delitos y Faltas, uno de los títulos más amargos y redondos de Allen, coge la parte más cínica y amoral. El caos de las relaciones humanas vuelve a ser observado desde las gruesas gafas de miope del director.

Un jugador de tenis, una pareja a punto de casarse y la hermana de su nuevo amigo. Entre esos cuatro personajes se desarrollará la historia. Las relaciones de pareja y las matrimoniales volverán a ser el eje central, al igual que en numerosos de sus anteriores films. Como en Interiores, September o Another Woman no hay casi concesiones a la comedia. Al menos, en esta ocasión, no ha jugado a ser Ingmar Bergman, lo cual hace que la película sea, por momentos, un poco más fresca que la plomiza trilogía citada.

La película avanza a ritmo cansino. Todo suena a ya visto. Casi no hay sorpresas. Allen se recrea en la descripción de sus personajes principales. Y lo hace bien, muy bien. Pero, por momentos, resulta excesivo y reiterativo en el análisis de sus protagonistas principales: un profesor de tenis un tanto trepa y arribista; dos hermanos (chico y chica), hijos de familia aristocrática y un tanto pedantillos y, por último, la novia del hermano, una atractiva y sensual norteamericana con ganas de triunfar en los escenarios. El universo alleniano habitual vuelve a estar presente, aunque sea con acento inglés. Una nueva vuelta de tuerca a los mismos temas de siempre. Incluso Londres, la ciudad, podría ser sustituida por el Nueva York de siempre, ya que tampoco cobra un protagonismo especial su ubicación geográfica. Una mera cuestión personal, por parte de Allen, para acercarse más al público que le adora. No en vano, su próxima cinta se realizará en Barcelona. En Europa están sus mayores seguidores.

Y cuando la película ya empieza a aburrir, Allen da un interesante cambio narrativo y de tercio. Un hecho crucial (aunque no sorpresivo) da un nuevo tono al producto. Patricia Highsmith y Alfred Hitchcock hacen su aparición en escena. No es mera casualidad: en Extraños en un Tren (la simbiosis perfecta entre la escritora tejana y don Alfredo), uno de los personajes principales es un jugador de tenis. Y es allí en donde Match Point se convierte en un título original y que, en parte, rompe un tanto con toda su obra anterior (a pesar de seguir conservando ciertos paralelismos con Delitos y Faltas).

De Hitchcock roba ciertos detalles policiales que recuerdan a algunos pasajes de Frenesí (no en vano, la cinta transcurría igualmente en Londres). Y, a través del mundo oscuro y enfermizo de Highsmith, se recrea en un proceso de desesperación que desemboca en una escena violenta muy poco corriente en el universo del director neoyorquino.

La suerte no tiene color ni tendencias políticas. Como muy bien cuenta en su prólogo, la pelota se decanta hacia un lado u a otro cuando roza la red durante un match de tenis. Eso puede favorecer a uno u a otro jugador. Todo depende de ello. Y en la vida ocurre exactamente lo mismo, como en el caso de Match Point. La pelota se pasa una buena parte de su metraje montada sobre la red, vacilante hacia que parte desplomarse. ¿Derecha o izquierda?. Y al final cae hacia el lado que favorece al realizador, pues su ingeniosa y calculada media hora final salva totalmente la mediocridad general que envuelve a la película.

Y eso sólo lo pueden hacer los genios.

10.11.05

American Dream

Ya muy pocos apostaban fuerte por la carrera de David Cronenberg, un interesante cineasta que, con el paso de los años, parecía ir acabando sus baterías. Sorprendentemente, resucitado de entre las cenizas, vuelve a la carga con Una Historia de Violencia, una excelente película que, basada en la novela gráfica de John Wagner y Vince Locke, se convierte en uno de esos títulos magnéticos que atrapan al espectador desde sus primeras imágenes.

En esta ocasión, el director canadiense ha dejado a un lado el cine fantástico, con mejores resultados que los que obtuvo con la cargante M. Butterfly. Renovarse o morir. Y Cronenberg, de manera indiscutible, ha optado por renovarse, aunque sin renunciar por ello a seguir manteniendo viva una de las constantes más visibles de su irregular (pero tentadora) filmografía. La degradación de una familia típica y tópica sustituye, en este caso, a la atracción que sentía el realizador por plasmar en pantalla, de manera morbosa, todo tipo de enfermedades degenerativas, tanto psíquicas como físicas.

Una Historia de Violencia muestra la madurez de Cronenberg. Dispara, con dardos envenenados, a esa corriente de cine yanqui que, en los últimos tiempos, idealiza y ensalza a la familia como uno de los mejores valores morales y socio-políticos del país. Y lo hace desde el mismo corazón de Norteamérica. El cacareado American Dream, tan idealizado por ese cine, queda por fin al desnudo, a punto para ser diseccionado con la ayuda de un fino y preciso bisturí que, en forma de meticuloso guión, expone al respetable lo que significa vivir al amparo de una gran mentira. Y, además, creérsela. Es cuestión de guardar las apariencias y fingir que todo funciona a las mil maravillas.

La película tiene estilo. Es fría y concisa, desde su primera y brutal secuencia. Se toma su tiempo pero, al contrario que en la de Jarmusch, ésta avanza paso a paso. Cada escena aporta un dato nuevo a la trama. Nunca se queda encallada. Todo liga a la perfección. La lógica se sitúa en primera línea. Y el realismo acaba siendo mucho más estremecedor que aquellas fábulas fantásticas y gores con las que antaño disfrutara el propio Cronenberg. Y es que el terror, a veces, puede habitar muy cerca de nosotros. Incluso podría dormir en nuestra propia cama, a nuestro lado.

Y, al igual que en la vida real, la violencia que expone es seca, cortante, inesperada y rauda. Como un cegador golpe de flash. Disparan, mueren y sangran. No hay ni superhéroes ni tipos ágiles haciendo piruetas. Sólo seres de carne y hueso, dispuestos a sobrevivir al precio que sea. El engaño siempre funciona, a no ser que un hecho aislado e imprevisto lo acabe dejando al descubierto, en pelota picada. Y es aquí cuando el melodrama y el thriller se aunan en perfecta armonía. Algo similar a lo que consiguió Clint Eastwood con la magistral Mystic River.

Imáginense si es buena esta película que incluso Viggo Mortensen da el pego. Con un look a lo Kirk Douglas de los años 50, recrea a un personaje totalmente creíble, salido directamente del cine negro más emblemático; por no hablar de los siempre magníficos Ed Harris y William Hurt, el par de secundarios de lujo que se merecía un brillante producto como éste. Y ya, como remate final, la presencia de Maria Bello, una mujer que cada día que pasa resulta mucho más atractiva (tanto en el plano físico como en el interpretativo).

A veces, como en este caso, vale la pena perder un rato en el cine.

9.11.05

Flores mustias

Jim Jarmusch nunca ha sido santo de mi devoción. Siempre le he encontrado un punto en exceso pedante en su filmografía. Y más después de enfrentarme a su último producto, Flores Rotas, todo un cargante tratado sobre el aburrimiento y la falta de ritmo narrativo en una película, la cual, a pesar de no llegar a las dos horas de proyección, parece no querer acabar nunca.

Ésta habla de un hombre acomodado y apenado que, tras ser abandonado por su última compañera sentimental, recibirá una extraña carta con un comunicado personal que aún le dejará más aplastado. Achuchado por un vecino con ínfulas de detective, despertará de su letargo depresivo e iniciará un largo viaje por el país que le obligará a enfrentarse con su pasado y sus antiguas amantes. Y ese hombre entristecido y que a duras penas habla no es otro que Bill Murray. Un Bill Murray que repite, desde hace unos cuantos años, el mismo papel. Y es una lástima, pues es un tipo que me cae bien y que en varias ocasiones ha demostrado saber desenvolverse ante la cámara mucho mejor que en ésta.

No explico nada más sobre el argumento para no desvelarles el par de puntos clave que enmarcan su mínima trama. No crean que Jarmusch cuente mucho más. Lo que ocurre es que alarga las situaciones hasta límites increíbles. La cámara se duerme en largos planos enfocando a un alelado Bill Murray sentado en un sofá o, sin ir más lejos, en un largo travelling (al inicio del film) siguiendo a un cartero durante la entrega de cartas por todos los portales de una interminable calle.

Flores Rotas no arranca en ningún momento. Algún que otro toque aislado y gracioso (como el del personaje del vecino del protagonista o el guiño a Lolita) no son suficiente aliciente como para conseguir despejar la modorra del espectador. Su guión es simple y plagado de diálogos y situaciones repetitivas. Con aire de road-movie, posee la misma estructura que podría tener un film construido a base de pequeños episodios: un prólogo de presentación, cuatro actos (uno par cada una de las mujeres a las que Murray visita) y un epílogo. Un epílogo, por cierto, de lo más pretencioso que me he tirado en cara últimamente aunque, por otro lado, siguiendo las constantes habituales del cine del realizador.

Y claro, como el hombre le debe un respeto a sus feligreses habituales, para contentar a estos (que por cierto son poquitos pero le adoran un montón) y como responsable directo del guión, esboza cuatro guiños pseudointelectualoides y habla de los demonios personales, del temor al futuro de cada cual y de lo peligroso que es dejarse atrapar por una obsesión. Con esos toques (falsamente) inteligentes y con la cara de pasmao que mete el Murray todo el rato, muchos ya tienen la excusa ideal para cantar maravillas de Flores Rotas.

Aparte, me ha dado mucha pena ver como han envejecido Sharon Stone y Jessica Lange. Es lo que más me ha dolido de este título tan plomizo como vacío.

8.11.05

La patética familia Zorro

Era inevitable que, después del éxito taquillero obtenido con La Máscara del Zorro, apareciera una secuela de este personaje ya mítico. Martin Campbell repite en la dirección, arropado igualmente por la Amblin -la productora de Spielberg-, al tiempo que Antonio Banderas y Catherine Zeta-Jones retoman los personajes de la primera entrega. Todo parecía pintar bien, pues la cinta inicial tenía su encanto. Bebía directamente de las fuentes del cine clásico de aventuras e insertaba, de manera acertada, algún que otro guiño a la trilogía de Indiana Jones. E incluso tenía su sentido del humor, cosa que siempre es de agradecer.

La Leyenda del Zorro, por desgracia, es otra historia. Con un solo calificativo se podría definir, de arriba abajo, todo el film. Y patético es el más ideal. La verdad es que no hay por donde coger esta película. No hay guión; no hay historia... no hay nada de nada. Un cúmulo de despropósitos, a cual peor, que no conducen a ninguna parte. Y, para más INRI, en esta secuela, hay un niño. Un niño igual de patético que el resto de la producción. Un chavalito mejicano al que sólo le faltaría cantar para convertirse en el alma gemela de Joselito.

La realización es plana, por no decir inexistente. Usa y abusa de retoques informáticos en la postproducción de las mal filmadas escenas de acción, sin cuidar ciertos detalles pues, por ejemplo, en los momentos en que Banderas y Zeta-Jones se lían a tortazos con el primero que pasa, los dobles de ambos cantan a un kilómetro de distancia.

Nunca he considerado a Antonio Banderas un buen actor; sólo eficaz en ciertas ocasiones. Pero en este caso, puedo asegurar que se trata de una de sus peores interpretaciones. Sólo tienen que fijarse en la escena de la borrachera y entenderán perfectamente tal afirmación. Patético (perdonen, pero es la única calificación que me viene a la mente). El hombre sólo luce palmito; bueno... y una media melena muy bien moldeada, mientras su doble de acción se pasa más de media película dando cabriolas ciertamente absurdas e innecesarias. Y ella, la Zeta-Jones, aparte de guapísima, también actúa muy poco. Eso sí: exhibe escotes, muchos... y eso, al menos, siempre es de agradecer. Y, para no ser menos, al igual que en la primera, la parejita de marras se marca un nuevo baile. La originalidad ante todo, ¡faltaría más!

Su director, el Campbell, no contento con no ofrecer nada nuevo al espectador, opta por darle un toque de comedia a la película. Un (patético) toque que, en realidad, tumba de espaldas al más pintado. Los chistes (patéticamente baratos) se suceden uno detrás de otro. Banderas bien podría ser un émulo de Cantinflas, mientras que el caballo del Zorro, Tornado, cobra un inesperado y patético protagonismo especial: al animalejo sólo le falta hablar.

Las ansias por ser original y cinéfilo, llevan al realizador a urdir un penoso y lastimero homenaje a Encadenados, una de las obras maestras de don Alfred Hitchcock. Una mujer capaz de casarse con otro hombre para desbaratar sus planes y unas botellas de vino, llenas de nitroglicerina, son una buena muestra de ello. Pero la verdad es que la cinta, más que acercarse al universo del genial director británico, entronca directamente con otra de las grandes bufonadas del cine de “aventuras” (fíjense bien en las comillas): Wild Wild West.

Y entre cuatro luchas a espada, doscientos mamporrazos, trescientas cuarenta y dos cabriolas del justiciero enmascarado y una interminable escena a bordo de un tren desbocado (en el que sólo faltarían los hermanos Marx exigiendo ¡más madera!), era de esperar -en un producto de la Amblin- la típica alabanza a la unidad familiar. La familia que hace piruetas unida, permanece unida. El Banderas, la Zeta-Jones y el Joselito.

Para evitar que a más de uno se le indigesten las palomitas, les recomiendo que, en lugar de esta nefasta Leyenda, repasen el Zorro del Tyrone Power (El Signo del Zorro) o la trepidante La Marca del Zorro, la muda, de 1920, con el Fairbanks padre desmelenándose a gusto. Saldrán ganado.

Bufffff!!!!! ¡Qué descansado me he quedado!

Patético...